lunes, 11 de junio de 2012

Caperucita con menos cuento

Gianni de Conno

Erase una vez una pequeña Caperucita que vivía feliz en su mundo de cuento. Su abuelita, junto con la caperuza que llevaba siempre puesta y a la que debía su nombre, le había regalado también un precioso libro de leyendas. Con él la niña aprendió a leer, y en él descubrió la chiquilla su pasión por las letras. Le fascinaba la forma que tenían las palabras de unirse entre sí, de expresar las ideas de mil maneras diferentes. Al pronunciarlas poseían música propia, y cuando aquellas frases se entretejían unas con otras, engendraban infinidad de maravillosas imágenes en su mente. Cuánto más leía, más disfrutaba y más anhelaba el poder vivir siempre rodeada de libros.

Kikoum
La niña creció, y eso mismo le sucedió a su vocación por la lectura. Deseaba dedicarse a ello, pero no sabía cómo. Un día, se enteró de un trabajo en una biblioteca ubicada en medio de una lejana selva. Aquella jungla la poblaban multitud de fieras salvajes, muchas de ellas inimaginables en los pasajes de su breve historia y resultaba por tanto mucho más peligrosa que el bosque al que estaba acostumbrada desde su más tierna infancia. No obstante, sin amilanarse ante los riesgos del puesto, y con la curiosidad y la ilusión de encargarse de organizar, archivar y cuidar aquellas obras, la muchacha no lo dudó y aceptó encantada la oferta. Impaciente por descubrir los misterios guardados en el interior de textos aún inéditos, dejó atrás su cuento de siempre y se lanzó a aquel mundo diferente y desconocido. Con la nariz siempre metida entre las páginas de su viejo libro, la niña abandonó su bosque y se adaptó sin dificultad a la rutina de su nueva vida.

Transcurrió el tiempo. Todos los días, antes de salir de casa, Caperucita cogía su enorme cesta. La cestita original de su infancia se había renovado y agrandado. El dulce bizcocho para la abuelita había sido entregado, y devorado, en una vida anterior. Su lugar lo ocupaba ahora una sana manzana, guardada con la ilusión de tomársela a media mañana. En realidad, lo que solía suceder era que la fruta se pasaba varios días sobre su escritorio y ejercía la función de un aromático pisapapeles mientras su lustrosa piel se arrugaba con el tiempo. Con cierta frecuencia, aquella pieza no viajaba sola, sino que lo hacía acompañada por una vieja servilleta de tela, de cuadros blancos y rojos, que servía para envolver el recipiente con la comida de la bibliotecaria, los días en los que la jornada se prolongaba por algún curso. La esperanza de disponer de un rato tranquilo, en el que disfrutar despacio de aquellas viandas, no llegaba nunca a realizarse. A duras penas conseguía la ocupada joven rascar unos minutos de libertad en la que engullirla rápidamente, sin llegar a saborearla, simplemente con el mero fin de reponer fuerzas. En esa inmensa cesta se almacenaban también listas crecientes de tareas urgentes que no había tenido tiempo de concluir, y que llevaba a casa con la pretensión de rematarlas en medio de los deberes, cenas e historias de chiquillos de su rutina familiar y que, generalmente, sacaba adelante a costa de horas de sueño perdido.

Amy Bates
Tras cargar con su pesada cesta, Caperucita se despedía de los suyos con un beso. Emprendía el camino con decisión, llena de ánimo y dispuesta a enfrentarse a los miles de peligros que la acechaban a diario hasta que lograba alcanzar su pequeño recinto. Sin miedo, se internaba en la amenazante jungla. Según se adentraba en ella, sus sentidos se saturaban. Sus oídos ensordecían bajo atronadores rugidos y chirriantes chillidos. Sus ojos escocían, irritados por las grises nubes de polvo levantadas por el ímpetu destructor de las estampidas. En medio de aquella selva, la muchacha esquivaba hábilmente los envites de las agresivas hembras al defender a sus crías, mientras las empujaban con terquedad, en su intento de devolverlas junto al resto la manada.

Ni siquiera al llegar a su despacho la joven se encontraba completamente a salvo. Antes de empezar, debía tantear sigilosamente el terreno, ya que su biblioteca distaba mucho de parecerse mínimamente a una biblioteca convencional. La luz y el silencio imperaban en su interior. Sus estanterías daban cobijo exclusivamente a libros de ciencia avanzada y a revistas repletas de jugosos artículos. Durante las épocas de exámenes, abarrotaban las largas mesas ojerosos y jóvenes cachorros que murmuraban inquietos, mientras empollaban desesperadamente, hora tras hora, sin pausa ni tregua, de la mañana a la noche. Al concluir la temporada escolar, abandonaban la tranquila sala de estudio para sustituirla por las diversiones de la jungla.

Tampoco en esos periodos de aparente calma podía relajarse la bibliotecaria sino que debía ocuparse de aplacar a las insaciables alimañas que rondaban furtivamente por allí. Eso la obligaba a estar permanentemente alerta, siempre pendiente de sazonar las suscripciones y hacerse con las más apetecibles y suculentas. Si algo fallaba, sabía que los lobos, con su voraz apetito, se presentarían bajo un zalamero disfraz delante de su puerta. Una vez  introducían el peludo hocico, alargado en un rictus que pretendía ser una sonrisa, y entraban en su reducto, ahuyentarlos exigía gran cautela:
 "¡Caperucita!" decían mientras asomaban la patita por debajo de su puerta. "Me ha surgido una duda ¿Tienes un ratito?¡Sólo te entretendré un pequeño instante!"
A continuación le mostraba unos artículos que la muchacha se apresuraba a procesar.
"¡Qué lista tan grande sale!", protestaba consternada.
"Es para compararla mejor," replicaba el lobo
"¿No sabes acotarla?"
"No me acuerdo bien de cómo se hacía, pero me bastan unos "pocos" minutos contigo para refrescarlo," afirmaba la fiera mientras tomaba asiento, al tiempo que se relamía con disimulo y dejaba entrever con aquel gesto su colmillo, afilado y retorcido. Enseguida recuperaba su máscara habitual, y azorado al haberse descubierto, miraba su reloj con algo de prisa. "¡Lástima! No puedo alargarme", se justificaba. "Es que tengo una consulta "enorme". Mejor te explico lo que quiero, te ocupas tú y cuando esté todo me mandas el archivo".
A diario, la pobre bibliotecaria recibía la visita de varios de aquellos lobos que, invariablemente, le dejaban la impresión de su huella apilada sobre su mesa de trabajo.

A pesar de que la biblioteca estuviese llena de palabras, había demasiada dosis de realidad almacenada en aquellos estantes. La primera vez que Caperucita estudió su contenido se quedó admirada y se sintió tremendamente afortunada al tener a su disposición esa ingente cantidad de sabiduría. Sin embargo, pasada la euforia de la novedad, no pudo evitar sentir cierta añoranza por el mundo de los cuentos de los que procedía. Echaba de menos el libro de leyendas de su abuela. ¿Dónde lo habría guardado? No obstante, con la incesante vorágine de la tarea, no tenía ni tiempo para solazarse en su nostalgia y volvía a relegar la ficción al fondo de su mente. Según aumentaba el grueso de su biblioteca, el trabajo le permitía cada vez menos distracciones y la obligó a abandonar, casi por completo, sus otras lecturas. Poco a poco, dejó de echar de menos la poesía y la fantasía. Se olvidó de su  viejo libro. De los antiguos cuentos tan sólo le quedaban varios cientos de ejemplares, todos de su propia historia ilustrada con distintas versiones de su imagen, que sus amigos adquirían para ella en cualquier rincón del planeta. Pero Caperucita no se reconocía en esos retratos: no recordaba quién era en realidad. Había olvidado sus orígenes.

Su pequeño hijo, que había heredado la imaginación propia de los cuentos de su mundo materno, reparó en la ausencia de fantasía en el ambiente diario de su querida madre. Como amante de los libros supo que no tendría que ser así y decidió ponerle arreglo. Concibió un divertido mundo, protagonizado por dioses clásicos y otros seres mitólogicos. Tradujo sus ideas a palabras, con la intención de embaucar a su madre a su lectura. Tras leerlas, Caperucita se sintió menos cansada y mucho más feliz.

Un día apareció por la biblioteca una nueva exiliada de los reinos de ficción, con tendencia a soñar despierta para escapar a su mundo. Descubrió en Caperucita un espíritu afín perdido dentro del laberinto de la realidad. Para sacarla de él, a modo de Mahoma, decidió llevarle la montaña directamente a su despacho. La bombardeó con poesías y cuentos, e incluso inundó su buzón con antiguas fotos y mágicos relatos. La visitaba a menudo, con una nueva historia cada vez. Por supuesto siempre la encontraba inmersa en un gran trajín de favores acumulados, entregada a la búsqueda de artículos científicos ocultos, en su mayoría aburridos y prosaicos. En alguna ocasión, se encontró incluso con alguno de los lobos sentado a la vera de la doncella. Al advertir cómo éste contemplaba a su presa, con sus dientes afilados y sus ojos golositos, un escalofrío le recorría la espalda. En alguno de esos casos, su inesperada presencia rompía aquel hipnótico trance. Caperucita salía de su ensueño y se desembarazaba, aunque fuese sólo momentáneamente, de la bestia de turno. Derrotado, el animal abandonaba a su víctima con el rabo entre las piernas.Su amiga no siempre tenía éxito en aquellas apariciones imprevistas, ni tampoco era siempre capaz de hacer desconectar a la bibliotecaria de su absorbente tarea. No por ello se daba por vencida y regresaba armada con un arsenal de historias inventadas, con mucha imaginación y ninguna ciencia, que devolvían, aunque fuese brevemente, a su nativo mundo de cuento a la exhausta Caperucita. A pesar del trabajo, la atmósfera fantástica de los relatos la hechizaba, e inconscientemente, entre aquellas líneas, recuperaba retazos de su memoria.

Con frecuencia, al terminar su agotadora jornada, mientras recogía su cesta, la exhausta bibliotecaria miraba desolada el cerro de huellas que los lobos habían dejado tras de sí y que esperaba ser solventado a su regreso al día siguiente. Antes de cerrar la puerta de su despacho, echaba un último vistazo a su interior, se ponía su caperuza descolorida y se preguntaba: ¿dónde se habrá metido el cazador?

¡FELIZ CUMPLEAÑOS CAPERUCITA! (y que no te visiten los lobos)

2 comentarios:

Eulàlia dijo...

Es el cuento más hermoso, creativo y sensible que he leído jamás. Muchísimas gracias Sol por dedicarme esta belleza de cuento por mi cumpleaños y por disfrazar a través de los ojos de la imaginación a tu "bibliotecaria favorita". Este cuento lo voy a querer firmado, por favor y formará parte de "los especiales" de mi colección. De nuevo gracias por compartir tu don conmigo. Un beso

Carol dijo...

Muchas felicidades! Y gracias Sol por este tesoro que es tu blog