Jessie Willcox Smith |
Si no venía espontáneamente, la reclamábamos: "¡Mamá, nuestro besito!". Entonces aparecía con diligencia por la puerta, se acercaba primero a la cama de hermanísima a darle el suyo, y luego venía a la mía. Aquel breve gesto solía asociar un amago de abrazo en el que yo ponía mis brazos alrededor de su cuello, para así alargar en un segundo aquel instante. Después se alejaba y entornaba la puerta, sin cerrarla por completo para dejarnos nuestra "lucecita". El tamaño justo de la rendija venía dictado por nuestras instrucciones desde la cama. Siempre intentábamos arañar "un poquito más", aunque hay que reconocer que la Señora nos hacía caso omiso y lo dejaba cómo le parecía oportuno.
En la granja el ritual del beso de "Buenas Noches" era muy distinto. Para empezar precisaba su tiempo. Cuando estábamos allí, nuestra madre no subía a la habitación, sino que se quedaba en el salón con el resto de los adultos, generalmente con alguna película de fondo que nunca era apta para públicos infantiles (aunque no le viésemos los rombos). A hermanísima le encantaba remolonear, y cotillear mientras tanto algo de la conversación y del argumento de la película. En una ocasión vio más escenas de Drácula de las aconsejables para su naturaleza medrosa. Como siempre, me tocó pagar el pato de su curiosidad: a partir de esa noche, en vez de disponer de nuestras dos camas separadas, para evitar que la quejicosa chiquilla pasase miedo, nos devolvieron a dormir juntas a la estrecha de matrimonio bien avenido, cosa que no eramos. Para colmo, tuve a la plasta miedica pegada a mí como una lapa el resto de las vacaciones. No era algo excepcional: en Linares le daba miedo subir sola al piso de arriba y siempre la debía acompañar al baño.
Según rugía el león de la Metro en el televisor, comenzaba la ronda de besos. Era fundamental dar las buenas noches a todos los presentes, sin olvidos ni excepciones. Excluir accidentalmente a alguno era motivo de ofensa, y sería seriamente recriminado al día siguiente. Puede parecer algo fácil de cumplir, pero no siempre lo era. La granja era un punto clave de reunión de toda la familia y durante las vacaciones, con mucha frecuencia, el enorme salón se hallaba copado de visitantes, repartidos entre los sillones, la mesa, las sillas cercanas a la puerta y la cocina (en la que algunos trasteaban mientras la tita Mercedes lavaba los platos y se escaldaba las manos. El agua caliente del día se gastaba en eso, porque lo que es para la ducha nunca había más que un par de gotas que ni siquiera bastaban para convertir el finísimo chorrillo helado en un líquido tibio). Incluso había que revisar la despensa, no anduviese alguien perdido en su interior y se fuese a quedar sin su beso. Tampoco era mala idea hacerlo, no fuese a ser que padeciese del corazón y el calambrazo del interruptor le hubiese provocado un síncope.
Tras un número variable de abrazos de buenas noches, que nunca bajaba de ocho y que generalmente oscilaba entre los diez y los treinta, y tras escuchar los respectivos consejos de las titas, hermanísima y yo estábamos dispuestas a enfrentarnos a aquellas aciagas y tenebrosas escaleras que tanto imponían a la asustadiza niña. La clavija de la luz del tramo inferior era casi tan traicionera como la de la despensa mientras que la del tramo superior se encontraba al final del mismo. Para conseguir que la niña subiese, me tocaba correr escaleras arriba, para lo que resultaba útil el salto de la primera electrocución, y a ciegas tantear la pared hasta encontrar la llave. Por supuesto, luego debía bajar de nuevo todos los escalones para apagar la luz de abajo. El piso superior era grande, silencioso y muy oscuro. El baño estaba al lado de las escaleras y el invernal congelador que hacía las veces de nuestro dormitorio, al fondo. Para progresar hasta él, tocaba hacer un nuevo juego de luces: hermanísima esperaba en un lugar iluminado y yo avanzaba despacio entre las sombras, esquivando obstáculos para no dejarme los dientes en el trayecto, mientras encendía unas lámparas y apagaba otras. Una vez llegábamos a nuestra meta, nos desnudábamos pegadas al radiador, colocado en la puerta de comunicación con la habitación de mi hermano y la tita Mercedes con la más que optimista pretensión de calentar ambas estancias (y no lograrlo con ninguna). Los esquijamas acolchados eran imprescindibles. También las bolsas de agua caliente, pero no había suficientes para todos los alojados en esa época de alta ocupación así que debíamos conformarnos con nuestro propio calor, aunque ni siquiera esa idea conseguía reconciliarme con la de dormir con hermanísima.
Christian Birmingham: The Snow Queen |
5 comentarios:
No te quejes tanto que luego llegaban las vacaciones de verano y se encargaban de compensar las diferencias de temperatura. En Linares y sobre todo por las noches, el calor es auténtico. Pero si hay algo verdaderamente auténtico, es el beso de una madre, si bien no nos damos cuenta hasta que por algún motivo salimos de su jurisdicción, por ejemplo para casarnos, y dejamos de recibir ese beso nocturno que nos preparaba para soñar.
Un beso JMD.
Como se nota la generación siguiente..... Recuerdo que siempre me dormía en el salón viendo la tele y que la pobre tita Mercedes me subía en brazos a la cama y al día siguiente a pesar de sus advertencias volvía a dormirme y la pobre cargaba conmigo de nuevo. Eso si, estaba en estado anestésico, porque solo recuerdo despertarme a la mañana siguiente en la cama, con el pijama puesto casi que por arte de magia, nunca rcordaba como había llegado hasta allí!
¡Cómo me he reído! Pese a la hora qe es (ya voy tarde) no podía dejar de darte las gracias por alegrarme el día. La descripción es uténtica. Siento haber sido tan plasta de pequeña, la verdad es que fuí miedica hasta los veintitantos y ahora lo pago con dos hijas miedicas y lapas que hacen tus delicias ¡Cómo estás disfrutando!
Por cierto: El de la boda que no se queje tanto que va a salir del besito de la madre a los arrumacos de la esposa (por lo menos hasta que se vuelva mala, arisca, fea y gruñona como las de las series americanas, je, je, je)
Propongo que la novia se vaya a dormir a casa de sus padres y el novio a la de su mamá, para que le siga dando el besico habitual (quizás la novia también tiene esa costumbre y sería lástima perder dos besos maternales a cambio de la luna de miel, una cosa pegajosa). El sábado lo podemos poner a votación.
JMD no es el novio sino el padre de este, supongo que está pensando en si el argumento del besito de buenas noches bastará para conservar a su hijo en casa.
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