viernes, 29 de junio de 2012

VITELLO TONNATO

Probé el vitello tonnato en "Festín", un restaurante que, por desgracia, ya no existe. Era un sitio en el que se comía bien y a buen precio, lo que era de agradecer cuando el sueldo era el correspondiente al de mano de obra esclavizada y barata, aunque cualificada tras la carrera y la residencia. Organizamos allí alguna reunión de residentes, para socializar en otro ambiente distinto al del hospital, y la comida siempre gozó de bastante aceptación (a diferencia del rancho de las guardias).

El local era muy bonito, con una decoración muy original. Se accedía al interior tras cruzar unos cortinajes largos de terciopelo, de un color añil intenso, casi morado. La sala tenía una serie de enormes tubos que recorrían el techo, y que recordaban a una antigua fábrica, con máquinas movidas a vapor. La cocina era italiana, sin complicaciones.Tenían buena pasta y estupendas pizzas. La focaccia de jamón, que no de procciuto, con una base de pizza, finísima, untada con tomate y cubierta por lonchas de un jamón serrano bastante decente y horneada ligeramente después, estaba deliciosa. En temporada hacían una pizza de pimientos del Padrón, que me chiflan. Según dice el refrán "unos pican "pouquinho" y otros..."  En mi caso aquella pizza resultó ser lo más picante que he tomado nunca (ni siquiera la ensalada de chiles que probé accidentalmente durante mi estancia en Texas, convencida de que eran judías verdes con pimientos rojos, se acercaba a esos pimientos en la escala de picante). House sudó a chorros mientras me ayudaba a dar buena cuenta de ella, y a mí se me saltaron incluso las lágrimas del fuego que me quemaba la boca al morder aquellos sabrosos, y criminales, pimientos. Estaba estupenda pero hubo que dosificarla para no morir en el intento. La mucosa de mi boca no me dejó comerme más allá de la mitad y House no pudo terminar el resto.

Otra de las cosas que recuerdo es su ensalada de aguacate, pera, nueces, con aliño de queso de cabra.  El contraste de sabores y texturas me pareció muy acertado. El vitello tonnato, carne de ternera con salsa de atún, era otra de esas combinaciones de sabores que me convenció.

VITELLO TONNATO

Ingredientes

- Un redondo de ternera.
- Una cebolla cortada.
- 1 zanahoria picada.
- Uno o dos dientes de ajo.
- Una ramita de perejil.
- Dos vasos de vino blanco seco.
- Una pizca de pimienta negra.
- Dos huevos duros.
- Dos latas de atún de unos 125 gr (al natural y bien escurrido).
- Una cucharada de aceite de oliva virgen extra.
- Una cucharada de Philadelphia light.
- Una cucharada de zumo de limón.
- Una cucharada de vinagre.
- Seis anchoas en conserva de buena calidad.
- Un puñado de alcaparras, para adornar.

Preparación

1. Meter la carne en el vino y marinar en el líquido durante varias horas, o toda la noche (este paso puede ser saltado y pasar directamente a guisarla, o a asarla, junto con el vino).
2. Poner en una cazuela la carne con su marinada, la cebolla y la zanahoria picadas en grueso, el ajo aplastado y una pizca de sal y pimenta. Cuando comience a hervir, bajar el fuego y tapar. Cocer durante una hora aproximadamente, hasta que la carne esté tierna (también se puede hacer en olla a presión, tardaría unos 15 minutos). En el caso de hacerla al horno, para un kilo el tiempo sería de unos 45 minutos a unos 190º. Enfriar dentro del horno apagado, o de la cazuela.
3. Sacar la carne y envolverla en papel de aluminio. Si se ha hecho en la olla a presión, reducir un poco el líquido de cocción a fuego vivo hasta que quede menos de un cuarto de litro. Dejar enfriar.

Salsa

1. Colar el caldo de la carne y desechar las verduras. 
2. Batir los huevos duros, el atún escurrido, las anchoas machacadas con un tenedor, la cucharada de Philadelphia, el aceite, el vinagre, el zumo del limón y una pizca de azúcar (no es necesario si el vino escogido es algo dulce). Añadir el jugo que haya soltado la carne. Triturar bien. Si se ve muy espesa, añadir un poco de agua; si está muy líquida, un poco más de Philadelphia, o de aceite al hilo, como una mayonesa. Si se quiere que la salsa quede muy fina, se puede pasar por un chino, aunque la batidora suele resultar muy eficaz y, en mi opinión, los tropezones le van bien. 
3. Rectificar de sal.

Presentación

Cortar la carne en lonchas lo más finas posibles y colocarlas, a modo de carpaccio, en el plato. Cubrir bien con la salsa y decorar con unas alcaparras y unas rodajas de limón.

Sugerencias: Esta misma salsa le va bien al pollo, a las patatas y a la pasta. Al no llevar huevo crudo, no hay riesgo de Salmonella, como con la mayonesa casera tradicional. 

jueves, 28 de junio de 2012

Feliz cumpleaños Tato

Cuando nació mi primo, mis tíos no dudaron a la hora de ponerle el nombre. El motivo que adujeron para su elección final fue que querían que fuese tan guapo como su primo y tan bueno como su tío. Ya por aquel entonces, el nombre escogido era uno de mis favoritos, sin necesidad de pretextos. Claro que las razones esgrimidas tenían su peso en mi parcialidad, y la bondad de nuestro tío influía en gran medida en mi predilección.

El chiquillo fue efectivamente guapo y, en lo referente a bueno, sus travesuras le hicieron digno merecedor del título de "buena" pieza,  aunque no creo que mis tíos hubiesen pretendido incluir en sus designios ningún apellido. En su descargo se puede añadir que también era muy hacendoso. Tanto que, de pequeño, quería ser barrendero. Las escobas, esas de las que yo huía, y con las que la tita Mercedes me perseguía para que dejase el libro y limpiase el pasillo, eran el juguete favorito de mi primo, que incluso llegó a tener una propia, de juguete. Por mí podía barrer todo lo que quisiera, y en un alarde de generosidad, le regalaba también la parte que me correspondía del pasillo para que la cepillase a satisfacción. Indiscutiblemente, la limpieza urbana ejercía un extraño poder sobre él ya que otra de sus profesiones fetiche era la de basurero, por la admiración que le despertaban los camiones de basura. Supongo que su madre no se encontró nunca en la tesitura de tener que pedirle que ordenara su habitación. Si, paradojas del destino, la desordenaba en alguna ocasión, seguro que era para jugar a recogerla de nuevo.

Amos Sewell
Esas vocaciones no eran la única muestra de las ideas peregrinas del niño. En estrecha cooperación con su hermano y su primo se inventaban un montón de historias cómicas que representaban para el resto en las funciones familiares. Un segundo pase era obligado, e incluso un tercero, porque con las carcajadas de todos apenas nos enterábamos de la mitad de los chistes. Perderse el final, por no poder oírlo, era lo habitual.

Su trabajo le ha llevado a conducir grandes vehículos, incluso mayores que los que él tanto admiraba, y a recorrer con ellos distancias que le alejan con frecuencia de su familia. Deseo que esta vez le permitan celebrar su cumpleaños entre los suyos y que, por supuesto, no se olvide de quien manda en su día.

¡MUCHAS FELICIDADES!

miércoles, 27 de junio de 2012

La conquista de las moreras

Las moreras de la Granja eran inaccesibles, ni siquiera en equilibrio precario sobre la barra del larguero de los columpios, que se encontraban justo debajo, conseguíamos rozar sus ramas. Solamente al columpiarnos hasta que temblaban las cadenas de las que colgaban los asientos, y estirándonos hasta casi caernos de estos, conseguíamos arañar con los pies las puntas de las hojas de los extremos de las ramas más bajas. Las moras que caían al suelo, de color blanco y sabor dulce, eran exquisitas, motivo por el que todas las primas deseábamos trepar por el tronco hasta alcanzarlas y evitar así el tener que consumirlas del suelo, sucias y, como poco, algo aplastadas. Conquistar aquellos árboles le habría grajeado al autor de la proeza la admiración del resto de la primada. Sin embargo, su tronco recto, su gruesa corteza, rasposa y sin nudos, y su elevada altura les conferían un carácter aún más inexpugnable que la cumbre del mismísimo Everest, al menos sin un buen equipo de escalada. No obstante, la tentación del reto era demasiado fuerte como para dejarlo pasar y, de vez en cuando, preparábamos un plan de ataque. Todos fallidos.

Las moreras habrían permanecido en su estado virgen de no haber sido por Sole y Pal. Ambas, unidas en un temible equipo, consiguieron vencerlas en una única ocasión, que no se publicitó ni se repitió por motivos que desvelo a continuación. Para llevar a cabo la hazaña se hicieron con unas puntas largas (y oxidadas) que encontraron entre el viejo material de reparación de los gallineros. Se agenciaron un martillo y se dedicaron a clavar las puntas en el tronco de uno de los árboles, a modo de escalera. Pal, que siempre ha sido ágil, menuda y ligera, fue la encargada de subir a recoger los ansiados frutos. El problema es que, según ascendía por aquella improvisada escala y añadía escalones a la misma, los previos cedían bajo su peso, doblándose casi por completo con el impulso entre uno y otro. Sole, desde abajo, era testigo del problema pero le apetecían las moras limpias y enteras, y se calló, total la otra ya andaba a medio camino ¿qué más daba que tirase para arriba o para abajo? Pal llegó a las primeras ramas, y avanzó por ellas hasta hacerse con el ansiado fruto, que encestaba en una bolsa que controlaba su compinche desde abajo. Cuando ya disponían de un buen alijo, llegó el momento de bajar. Ahí, la trepadora se dio cuenta del problema al que se enfrentaba: el árbol era muy alto y, por mucho ángel que tuviese, carecía de alas. Sole, con toda la confianza del mundo, la animaba desde el suelo: "lánzate que yo te cojo". Pese a la seguridad que transmitía su voz, la otra valoraba el panorama desde su elevada posición y no estaba dispuesta a dejarse caer encima de su prima, fuerte, sí, pero de sólo 8 años. Los dos años escasos de diferencia entre ambas le proporcionaban a la "adulta" la madurez suficiente como para darse cuenta del riesgo. Sole buscó una solución. Se subió a la barra de los columpios y le dijo a Paloma que avanzase por la rama. Ni siquiera así consiguió la pájara acercarse lo suficiente. En vista de que no le quedaba otra opción, Sole fue al granero a buscar la escalera de hierro de mi abuelo, para descubrir, no sin desmayo, que no era capaz de cargar con ella. Finalmente, decidió arrostrar las consecuencias, y el inevitable castigo, y recurrir a su padre. Cuando mi tío respondió a la llamada, inicialmente vio tan sólo a su hija y le preguntó cual era el problema. Paloma, haciendo honor a su nombre, le saludó desde una de las ramas:

"¡Hola tito, estoy aquí!".
Mi pobre tío levantó la cabeza, y pese a estar habituado a hacer frente a todo tipo de ocurrencias infantiles, no pudo evitar dar un respingo.
"¿Qué haces ahí subida?"- preguntó.
"Coger moras"- le respondió su sobrina con una lógica incuestionable.
"¡Baja ahora mismo!"- le ordenó.
"No puedo, se han doblado las puntas"- pió la otra desde la rama. - "¡Estoy atrapada! ¡Ayúdame!".

Sin esperar más explicaciones y llamándolas idiotas hasta en arameo, varias veces seguidas, mi tío agarró la pesada escalera del granero y la apoyó en el tronco para que la chiquilla pudiese, por fin, descender por ella.

El susto del incidente no se consideró suficiente escarmiento y las dos niñas pagaron su expedición con varias semanas de castigo. Después de aquella aventura se explica el que ningún otro primo intentase copiar la heroica hazaña.

martes, 26 de junio de 2012

Párvulos

Nikolai Nikolaevich Zhukov
Como todos los chiquillos, empecé la escuela al terminar la guardería, donde se quedó hermanísima para disfrute exclusivo de los profesores. Sólo estuve un año en la de Madrid antes de que nos marchásemos a Zaragoza. El colegio estaba próximo por lo que, en vez de en autocar escolar, me llevaba Bibi paseando y, en ocasiones, me recogía mi padre. Recuerdo que, de camino, pasábamos por un bar de recreativos en cuya puerta había una pequeña noria, de esa que funcionan con monedas, con un precioso silloncito de un llamativo color rojo. Sólo monté en ella una vez, pero me gustó tanto que, cada vez que pasábamos por delante, frenaba un poco mis pasos y me quedaba mirándola llena de ganas de repetir la experiencia, cosa que nunca sucedió. Mi estrategia resultaba peligrosa si caminaba de la mano de mi progenitor, ya que además de sin viaje, al ralentizar mi ritmo, el tirón para que espabilase me ponía en serio peligro de terminar sin brazo. Esos días apenas vislumbraba fugazmente el rojo del sillón.


En clase, mis compañeros aprendían a leer. Después del verano previo bajo la tutela paterna, no sólo es que me supiese las letras, sino que dominaba todas las cartillas e incluso había empezado con algún libro infantil (hasta mi progenitor consideraba que aún era demasiado joven para el Quijote). Por eso me desesperaba la torpeza del resto al atascarse con las sencillas palabras. Ansiaba que la profesora me hiciera leer a mí y, de ese modo, avanzar un poco en el texto. Recuerdo los recreos. Salíamos al patio y jugábamos a hacer montoncitos de arena muy fina que filtrábamos a base de golpes por el pañuelo (entonces eran de tela). Me encantaba uno de mis pañuelos, pequeño, de algodón, estampado con muñecos en color naranja. Claro que eso no impedía que lo destrozase al llenarlo de tierra.

J C Leyendecker
A mediodía me quedaba al comedor escolar. Mi abuela paterna nos había confeccionado para tal fin un babero enorme, hecho con una tela de cuadritos blancos y azules, salpicados con pequeños dibujos rosas. Más que un babero parecía un delantal: nos llegaba hasta las rodillas y tenía unos orificios por los que había que pasar los brazos. Con él puesto, ni hermanísima (que tenía otro igual) ni yo corríamos riesgo alguno de mancharnos el babi. Un día me invitaron a comer a casa de una de mis amigas del cole. Aquello representó todo un acontecimiento que me hizo sentirme importante y casi adulta. Sin contar Linares, era la primera vez que me invitaban formalmente a comer fuera de casa (o de la escuela). El menú de aquella emocionante ocasión, pensado para dos chiquillas de 4 años, consistió en un puré que, curiosamente, me supo distinto al de casa. Achaqué la diferencia no a la receta, sino a la novedad de la situación: era un plato especial para una invitada. El puré de lentejas de mi madre, y el de mi abuela paterna, en el que navegaban "barcos" de pan, con velas de miga blanca, era, por entonces, una de mis comidas favoritas. El pan se hundía según se impregnaba de la crema caliente (ayudado por la fuerza inmersora de mi cuchara). Se quedaba muy blandito y templado, pero sin llegar por ello a ponerse mojado y lamido, como les pasaba a las galletas y a las magdalenas con la leche (que me gustaban secas, sin remojar). Ni que decir tiene que, el puré "adulto", sin ese tipo de barcos, no tiene, ni de lejos, la misma gracia.

lunes, 25 de junio de 2012

Referencias

El grado de independencia de cada uno es en realidad la distancia de separación tolerada a sus puntos de referencia. Los más dependientes precisan soportarse en un sinnúmero de pilares, además de estar permanentemente, como lapas, pegados a estos. Con frecuencia, a los críos más inseguros el soltar la presa de su madre y cambiarla por su profesora al iniciar la escolarización les supone una transición algo traumática. En otros casos más desprendidos, basta con un número restringido de escogidos referentes. Es suficiente saber que están ahí, no hace falta tenerlos permanentemente bajo el ángulo de visión sino que sobra con intuir, aunque sea vagamente, que se puede contar con ellos en caso de necesidad extrema. Al madurar los referentes cambian, se pasa de los padres a la pareja y el no desligarse de los primeros impide, en ocasiones, que la relación progrese por la carga que arrastra. Los lazos están, pero más sueltos, lejanos y difusos.

Cuando el entorno se tambalea, se busca dónde agarrarse. Según el grado de reserva de la personalidad del afectado, éste se puede encontrar con que no tiene dónde apoyarse y la zozobra es casi total. Trata de salir a flote por sus propios medios. Cuánto más hundido se esté, tanto más duro será lograrlo. A veces aparece un nuevo asidero, que incluso puede que siempre haya estado allí aunque hasta entonces no se considerase como tal. Al principio, ese hallazgo se aferra con reticencia, al tiempo que se valoran su fuerza y su estabilidad. Si responde, puede ser el inicio de un nuevo universo de referencias.

La verdadera independencia sería aquella en la que el referente es uno mismo y no se precisa contar con nadie. Puede ser consecuencia de haber perdido pie de manera dramática y no haber recuperado nunca un pilar con una solidez comparable. Surge la desconfianza que desemboca en rechazo. Estar a solas consigo mismo es algo que apetece con cierta frecuencia. Sentirse solo y abandonado no. Ese aislamiento tan absoluto resulta abrumador para la inmensa mayoría de las personas pero, para estos solitarios, que no siempre asociales, no sólo es llevadera sino deseable.


domingo, 24 de junio de 2012

Un premio por San Juan

Los ritos de San Juan se remontan a épocas paganas en los que lo que se celebraba era el solsticio de verano (curiosamente en el hemisferio sur se celebra en la misma fecha y coincide, por tanto, con el de invierno). Las tradicionales hogueras nocturnas cumplirían la doble misión de fortalecer al sol, ya que a partir de esta fecha los días se hacen más cortos , además de poseer la función simbólica de purificar al que las contempla en una ceremonia de renovación.

Este año hay que añadirle un triple motivo al festejo, mucho más importante que los ya expuestos. Se trata del premio al precioso trabajo presentado por nuestro Juan para la Feria de Linares.

¡Felicidades a todos los Juanes y Juanas, y muy especialmente a nuestro Juanillo!

PS: El resumen de la Noticia del Diario Jaén:

El jurado ha deliberado que el cartel anunciador de la próxima Feria de Linares será el propuesto por Antonio del Arco y Juan Esteban Díaz.

“Lo que desde el jurado buscamos, año tras año, es que sea un cartel representativo de la Feria de San Agustín y de la ciudad. Y este lo consigue”, explicó la concejal de Festejos. En su obra se recogen las principales señas identificativas de la ciudad. El trabajo muestra la Fuente del Pisar y el paisaje minero, además del edificio de El Pósito, que, según la edil, “da el toque de actualidad”. “Es alegre y bonito, desde el punto de vista estético, y transmite, además de optimismo, una buena imagen de Linares".

En palabras del artista: "Partimos de los colores de la bandera linarense e incluimos elementos mineros, el olivar, el ferial y la parte más histórica. Todo enmarcado en la guitarra de Andrés Segovia, que supone el nexo de unión"

¡Felicidades por el merecidísimo premio! Es la recompensa al talento, el tesón y el esfuerzo. 

viernes, 22 de junio de 2012

Ensaladilla de los zares

La receta de mi tía Pepi de ensaladilla rusa es famosa en toda la familia. La cubre con una costra de mayonesa y la adorna con vistosas tiras de pimiento rojo y abundantes langostinos, además de ponerle una buena cantidad de esos mismos bichos bien troceados en su interior. La combinación de patata, zanahoria, guisantes, mayonesa, atún, pimientos, huevo duro y marisco es deliciosa. Después de que su fuente sea atacada por las hordas, porque no nos merecemos otro nombre, no quedan del manjar ni restos que apurar, lo que siempre es satisfactorio para una cocinera. En ese aspecto, las esforzadas cocineras de mi familia no dudo que se sientan realizadas, ya que las ovaciones a sus logros siempre están en los labios de nuestras bocas, llenas de sus sabrosísimos platos.

La ensaladilla formaba parte de las cenas de cumpleaños que hacíamos en Agosto, mes en el que las celebraciones parecían sucederse una tras otra, y que tenían lugar en la era. Montábamos una serie de mesas debajo de la palmera y las cubríamos con las especialidades de cada casa. Cada cual llenaba su plato con lo que le apetecía. No se me olvida la fresca y jugosa ensalada de tomates pelados, cogidos de la huerta (el secreto residía en la calidad de esos tomates, que ya no se encuentran) con escabeche, cebolleta y aceitunas negras de Lucky, aliñada a la perfección con abundante aceite de oliva y su punto justo de sal. Una vez aparentemente saciados, hacía su aparición la tarta, una enorme bandeja de "magdalena de Canena" con una capa de crema y adornada con dibujos hechos con la manga pastelera, gominolas para los niños y las imprescindibles velas. Para ayudar a digerir todo aquello, los primos nos encargábamos de entretener a los adultos con alguna de nuestras representaciones.

Aquí va una versión "de luxe" de Ensaladilla, que debía de ser la que tomaban los Romanov en sus reuniones, aunque no creo que se lo pasasen tan bien como nosotros en las nuestras.

ENSALADILLA DE LOS ZARES

Ingredientes (6 personas)
750 gr de ensaladilla rusa básica. Para hacerla cocer: patata, zanahoria, judías verdes, guisantes e impregnar con mayonesa al gusto. Personalmente me gusta añadirle unas yemas de espárragos y, en mi plato pongo también unos trocitos de alcachofa (natural o de marca Gutara, que son las únicas que no saben ácidas y que están tan buenas como las caseras, con la ventaja de que se encuentran en cualquier época del año y resultan comodísimas de preparar).
6 langostinos cocidos
500 gr de salmón ahumado
250 de foie gras (supuestamente auténtico aunque personalmente opino que un poco del delicioso paté de perdiz de la Carolina, comprado o casero, puede resultar igualmente delicioso)
24 hojas de endivias, o de cogollos, rellenas de marisco (patas de cangrejo en su defecto) con salsa rosa
30 gr de huevo hilado
12 guindas en almíbar
Un poco de caviar (no dudo que los Romanov tomasen Beluga, pero dado su carácter prohibitivo el Avruga, sucedáneo de arenque, sale muy bueno y tiene un precio mucho más razonable)

Elaboración
En el centro del plato poner unos 125 gr de ensaladilla.
Coronarla con un langostino y una cucharada de caviar. 
Alrededor colocar 3 lonchas enrolladas de salmón ahumado (en forma de cono) rellenas de huevo hilado y media guinda, 3 trozos de foie gras y  tres hojas de endivia a modo de barca con marisco en su interior.

jueves, 21 de junio de 2012

¡FELICIDADES OSQUITAR!

Mi sobrino Osquitar es un cielo. Es uno de esos niños buenos por naturaleza. Extremadamente listo, pese a cumplir nada más que 6 años, ya sabe cómo debe de comportarse y es en extremo responsable. Le encanta leer. Se puede pasar horas tranquilo enfrascado en su libro. Le gustaba incluso cuando era tan pequeño que aún no había aprendido las letras. Con su gran memoria, era capaz de recordar, palabra por palabra, las historias que le contaban sus padres. Bastaba con una simple lectura. Más tarde, incluso semanas después, cogía el libro por su cuenta y mientras pasaba las páginas del cuento en cuestión repetía las frases en voz alta, ¡sin equivocarse en ninguna!

Siempre ha hecho gala de su curiosidad por los detalles. Cuando empezó a ir al colegio, recogía las hojas caídas que encontraba  por el camino y las clasificaba cuidadosamente para ponerlas en una colección. No es lo único que organiza. Ya sabe perfectamente cómo debe celebrarse un cumpleaños, incluso el de su madre: además de la tarta es imprescindible la piñata (y repartir con todos las chuches correspondientes). Comprueba que los mayores tengan champán para brindar, y que él y su hermana dispongan de algún sucedáneo azucarado y con burbujas para hacer lo propio.

Adora a sus padres y desea que se sientan orgullosos de él. Como el Capitán es cinturón negro, quiso imitarle y empezó a dar clases de kárate. El día anterior a las exhibiciones le preocupa la posibilidad de equivocarse y de dejar en mal lugar a sus compañeros. Como recompensa a su esfuerzo, es el merecidísimo campeón de la carrera de los chupetines. Se ha graduado de Educación Infantil con el Premio al más trabajador.

Además de su increíble madurez y su sentido de la responsabilidad, es guapo, cariñoso y atento. Nunca se escaquea de los saludos y besa a todos sin poner nunca un mal gesto. Debe de pensar que con la guerra que da su preciosa hermana basta y sobra para toda su familia.

¡MUCHÍSIMAS FELICIDADES OSQUITAR!

miércoles, 20 de junio de 2012

¡FELICIDADES PAPÁ!

American Woman Cover by Katharine R. Wireman
Mi padre cree que soy la que mejor le comprende de mis hermanos. Puede que así sea, porque, entre otras cosas, nos parecemos bastante. Los dos tenemos una mentalidad algo quijotesca, un sentido del humor sarcástico que no todo el mundo comparte, una idea del significado de la puntualidad muy alejada, sobre todo temporalmente, a la del resto de la familia (en especial los de primer grado), y una carencia absoluta tanto de paciencia como de diplomacia. Esta ristra de cualidades no siempre son populares en el entorno cotidiano, especialmente laboral. Para evitar la frustración, mi padre ha escogido como método de adaptación el nomadismo. Mi hermanita es la que más ha heredado esa inclinación a viajar aunque, a diferencia del progenitor, en su caso va unida a la cualidad materna de adaptarse con facilidad a cualquier entorno. En los inicios de su matrimonio, la Señora se apuntó también a ese estilo de vida, hasta que llegó el momento en el que mudarse con regularidad con cuatro niños a cuestas dejó de parecerle un plan de vida idóneo y se asentó en un punto fijo, aunque eso no significa que esté obligada a permanecer en él durante muchas horas seguidas, salvo para dormir.

Decir que el Señor es inteligente es quedarse corta, en lo suyo es realmente brillante. Su mente le hace socialmente interesante, pero no le convierte en objeto de admiración y respeto. Son pocos los que tienen la cabeza tan bien amueblada como para llevar bien el sentirse superados académicamente y, por desgracia, para cuando mi progenitor se da cuenta de la tensión generada, la situación ya se encuentra en un punto sin retorno. Emociones y sabiduría no suelen ir a la par sino que es frecuente que el exceso de una se equilibre con el defecto de la otra, y viceversa. Hace gala de una gran inquietud por lo que, además de su dedicación a la lingüística y los idiomas, que le han resultado más que útiles en sus periplos por el mundo, siempre le han interesado las ciencias, la historia, la arqueología y la informática. En este último caso puede llevar a la desesperación a cuñadísimo, que ha sido erigido en encargado de arreglar algunos de sus desaguisados. Dado que, como he comentado al principio, el Señor carece de cualquier atisbo de paciencia, ayer le parece tarde para arreglar los problemas de mañana. Esto hace que, durante sus visitas, el sufrido cuñado sea secuestrado en medio de las reuniones familiares, antes y después de la comida, que el momento delante del plato es sagrado, para que le solucione algún problema del dichoso ordenador.

¡MUCHÍSIMAS FELICIDADES PAPÁ!

martes, 19 de junio de 2012

Cuentacuentos

Amelia Jane Murray
Cuando eramos pequeñas, durante las vacaciones, mi padre se encargaba a la hora de la siesta de entretenernos a hermanísima y a mí. Para lograrlo, nos hacía trucos de magia y nos contaba cuentos. Debo reconocer que sus dotes como mago dejaban mucho que desear. Su gran prodigio consistía en esconder una moneda entre los pliegues de una servilleta, doblada en cuartos, hacer unos pases circulares por encima mientras musitaba un mágico Abracadabra y soplar antes destaparla de nuevo. ¡Oh, sorpresa! ¡La moneda había desaparecido! Incluso yo, a mis tres años, fui capaz de descubrir su truco e incluso reproducirlo. Claro que él consiguió engañarnos y dejarnos con la boca abierta a hermanísima y a mí en, al menos, un par de sesiones de su espectáculo. Yo no gocé del mismo éxito. Creo que conseguí asombrar a hermanísima  pero ninguna otra víctima mordió el anzuelo. Todos, con gran sabiduría, revelaban el doblez correcto en el que estaba la moneda y yo, tras devolversela a su propietario, me marchaba del escenario arrastrando la servilleta en una mano, llena de frustración.

La verdad es que la magia era entretenida, pero con lo que verdaderamente disfrutaba era con los cuentos de mi padre. Al escuchar el crujido de las hojas según se acercaban sus pasos por el pasillo, mientras se dirigía hacia nuestra habitación, me estremecía con la ilusión de su contenido. Confirmar cuando entraba que, efectivamente, no me había imaginado aquel sonido y llevaba las anheladas páginas en la mano, me hacía sentirme inmensamente feliz. Eran historias maravillosas, escritas por él en unos folios finos, casi de papel de seda, con una estilográfica negra intocable y, cuyo simple aspecto me resultaba fascinante. Con mi impaciencia habitual deseaba ser capaz de leer por mi misma aquellos signos y sumirme a capricho y en profundidad en el mundo de aquellos relatos. Cuando aprendí la cartilla descubrí con desilusión que los manuscritos de mi padre aún quedaban lejos de resultar descifrables por mis capacidades, al igual que por los de una buena parte de la humanidad alfabetizada. Aquellos pequeños garabatos que poblaban sus páginas con infinidad de líneas finas y apretadas, hechas de palabras de trazos continuos, eran en realidad poco más que jeroglíficos. El problema radicaba en que ni los egipcios habrían sido capaz de descodificarlos sin entrenamiento previo.

Afortunadamente su autor comprendía su propia letra sin problemas y nos narraba de corrido aquellos relatos que recuerdo como sencillamente fascinantes. Por desgracia, nuestro particular cuentacuentos era inmune a nuestros elogios y, aún más, a nuestras peticiones de repetición. Los niños repasan las cosas que les gustan hasta la extenuación de los adultos y, de es modo, consiguen aprendérselas de memoria. Una única lectura bastaba para satisfacer mi curiosidad por los eventos de la narración, pero habría necesitado una segunda para, algo más calmada, ser capaz de retener su argumento. Lo que perdura imborrable en mi memoria es la alegría exultante de aquellos ratos.

Mi padre lo guarda todo, incluso nuestras notas y las fichas de la guardería. Por eso tengo la esperanza de que, algún día, recupere esas historias. La triste realidad es que ni siquiera él sabe dónde andan metidas, traspapeladas tras casi 40 años y varias mudanzas. ¡Sniff!

domingo, 17 de junio de 2012

CRÓNICA DE UNA BODA ESPERADA

Lugar: Ermita de Nuestra Señora de Linarejos
Temperatura: casi 40ºC de calor seco.

¿Por qué hay tantos hombres enfundados en un chaqué sudando a la gota gorda? ¿Por qué las mujeres llevan plumas, flores y vaporosos chales? ¿Por qué están todos tan impacientes como elegantes?¿Qué sucede?

Se acerca un coche. Se detiene a pocos pasos. Todos callan y lo observan con atención. No es un vehículo cualquiera, se trata de un espectacular Aston Martin del que se baja el mismísimo 007. Al verle, nadie corre a protegerse, sino que se acercan con los brazos abiertos hacia el peligroso espía. Bond sonríe y saluda a todos con el encanto pícaro que le caracteriza... y le delata. ¡Es Titón! Parece el protagonista de la película, pero no. También él se queda delante de la explanada de la iglesia a esperar. Mira la carretera, pendiente de los coches que llegan, no sea que se le escape el que busca.

Llega más gente, todos lucen sus mejores galas. Hablan unos con otros, sin perder de vista la carretera. Ahora lo que se acerca un Mercedes. ¡Es el que todos esperan! Lo adornan lazos y flores, y para hacer sentir su presencia toca el claxon según se aproxima a la ermita. En su interior viaja una preciosa princesa vestida de blanco y envuelta en un velo de encaje que saluda a su público con la delicadeza de una reina ¡Es una boda! ¡Qué guapa y feliz está la novia! Los presentes persiguen su vehículo con la mirada, y con los pies. Pasa de largo. Confusos, corren tras ella. Se marcha ¡La han perdido! ¡Ah, no! Ahí regresa de nuevo, se oye el sonido del claxon antes de doblar la esquina y reaparecer. Es la señal para que todos se resguarden del calor en el "cálido" interior de la ermita.

Dentro de la capilla la temperatura es incluso más elevada que en el exterior. Los abanicos trabajan sin parar. Los bancos de delante son los únicos ocupados. El resto está vacío. Los invitados buscan una inexistente corriente de aire en la que refrescarse. En la parte de atrás, sin bancos, se amontonan los espectadores. La curiosidad vence al calor. Tienen todos tantas ganas de ver a la novia que no quieren moverse de ahí y bloquean la gran puerta de acceso. Mientras la sonriente princesa baja del coche y se coloca el vestido, la cola y el velo, los invitados se besan, conversan y tratan de ponerse al día en un minuto, y desviar con el bullicio la atención sobre el calor que transforma la iglesia en una improvisada sauna.

La novia consigue entrar, casi ha tenido que colarse por un hueco. Suena la música de "Juego de Tronos". Entre susurros y comentarios de admiración avanza por el pasillo. Mira a los lados, emocionada. Es guapísima y está radiante. Irradia dulzura, cariño y simpatía. Brilla con luz propia. Sonríe y con ese gesto tan suyo, resplandece. El vestido es sencillo, elegante y precioso, como ella. Del cabello negro recogido sale una mantilla blanca de blonda que la transforma en la princesa de cuento del día. Su príncipe azul, que nunca fue rana, le espera feliz y emocionado, delante del altar.

La ceremonia del enlace de los novios da comienzo entre el rítmico aleteo de los abanicos, y los acordes y desacordes del coro. Pasti sube al púlpito. Es la primera en hablar y lo hace sobre su infancia. Durante esa época se convirtió en la sombra encargada de vigilar a su travieso hermano. Con aquella supervisión sus padres pretendían influir en el niño y conseguir que se portase bien. El plan fue un estrepitoso fracaso. El ocurrente chiquillo se las ingeniaba para que cualquier ingenuo que estuviese a mano, colaborase en sus barrabasadas. A continuación Pasti le cedió la palabra a Posti. Éste se inspiró en los tradicionales poemas de brindis del abuelo Andrés para dedicarles una versión adaptada a los novios. Lo hizo al más puro estilo del abuelo, y para lograrlo revisó antiguos vídeos y estudió la entonación y las pausas que les daba a sus palabras. Fue precioso, nostálgico y muy emotivo. Yoladina y el Gris no sólo les aconsejaron con su sabiduría, sino que también les agradecieron el hecho de haber compartido su idilio con todos los presentes. Antes de terminar, Titón leyó sus votos: habló de la familia y echó la vista atrás, y se remontó a los inicios de su relación: desde su comienzo en un viaje del Instituto, hasta los momentos más duros que han sobrellevado juntos y sin flaquear durante estos 10 años. Hacía cada vez más calor, pero más importante que la temperatura, y lo que contribuía a hacerla llevadera, era la calidez que arropaba a los contrayentes, el amor con el que se miraban y el cariño de todos los que éramos testigos de su unión.

Una vez declarados marido y mujer, le llegó el turno a las felicitaciones y a las fotos con la pareja. Todos deseaban retratarse con los nuevos esposos. El pobre párroco se vio finalmente obligado a echarnos de allí para poder oficiar su misa habitual de la tarde del sábado. Fue le excusa perfecta para empezar a celebrarlo a lo grande. Estábamos al borde de la deshidratación y era imprescindible reponer líquidos. La comitiva nupcial se dirigió en pleno a la cercana Hacienda El Campero. Por el camino, los fotógrafos raptaron a los novios mientras que a los invitados, en el jardín, nos servían unos estupendos aperitivos para entretener la espera. Cuando el nuevo matrimonio fue liberado de las tareas de inmortalización, brindamos y pasamos a las mesas y nos sentamos (¡los tacones cayeron debajo de los manteles y los torturados pies gritaron al unísono ¡al fin! ). Disfrutamos de más aperitivos, a los que siguió una mariscada fresca y deliciosa. Entremedias un sorbete de limón que incluso a mí me gustó (y nunca lo hace, pero éste me recordaba a un lemoncello suave), y como plato fuerte (no fuese alguien a quedarse con hambre): una paletilla de cabrito en su punto, muy jugosa y con la carne muy blanca.

¡Quedaban los postres! Entre recoger, montar el armazón en el que colocar la tarta, el ritual de cortar cada piso con la espada de rigor, los brindis, los ¡Vivan los novios! y los numerosos ¡Qué se besen! (para lo que no se hicieron los remolones) pudo bajar la comida lo suficiente como para hacerle un hueco a la estupenda tarta milhojas que recordaba a los pasteles alemanes de Hojaldres Moreno que tanto me gustan. ¡Riquísima! La acompañaba una tulipa con helado que se agradecía con el calor aquel, aunque hacia el final de la cena la temperatura mejoró ligeramente.

Tras la cena, cantamos, sin dar una nota a derechas, unas sevillanas compuestas por el Fernández, con gracia, salero y mucho cariño. Tras aquel intento que confirmó que nadie de la familia ha sido llamado al bel canto, empezó la barra libre. Para lubricar las gargantas con algo más que alcohol, incluyeron una novedosa fuente de chocolate rodeada por bandejas de frutas, barquillos, nubes y profiteroles, que había que pinchar y sumergir en la cascada del chocolate fundido. Nadie podía comer más pero la curiosidad gastronómica, la estética y la atracción por el chocolate pudieron más y la fuente fue tomada al asedio por el numeroso grupo de golosos (entre los que me incluyo). Buenísimo aunque por desgracia poco digestivo. Un poco de baile ayudó a bajarlo y a recolocar las tripas con el movimiento.

Los nuevos esposos nos hicieron esperar antes de animarse a bailar ellos. Su actuación estelar fue otro momento memorable. Empezaron con una canción empalagosa, lenta, de las de baile de instituto. Se oyó un “ring-ring” ¡llamaban a la puerta! ¿Quién sería? Pues ni más ni menos que Posti con un sombrero y un CD para que cambiasen la música de dormir a las moscas y en su lugar dar paso a ¡Michael Jackson! Titón se calzó el sombrero y se transformó en Jacko: su imitación del estilo del artista nos dejó a todos pegados en el sitio con la boca abierta. La novia se unió a él, con el inconveniente de la cola de la falda (el artista nunca tuvo que lidiar con una traje similar y no habría salido tan airoso del trance). Un nuevo “Ring” les obligó a detenerse. De nuevo Posti, en esta ocasión con un sombrero blanco y más Michael. Pompidulp se colocó el sombrero y ambos se transformaron en Smooth Criminals. Lanzaron el gorro y comenzaron unos acordes tenebrosos, con risas de espectros. La representación que hicieron de Thriller fue antológica.

El baile continuó y nos recogimos casi a las 5 de la mañana mientras los más jóvenes seguían, inasequibles a la fatiga y al desaliento, hasta que les echaron a las 6. ¡Fue una boda entrañable, divertida y preciosa!

Dragonboy

sábado, 16 de junio de 2012

¡Ha llegado el Menino!

Klimt
Tal y como estaba previsto, el esperado pequeñín puso todo de su parte para estar presente en la boda. Hermanita se despertó con contracciones y todo evolucionó rápidamente. El parto duró apenas 5 horas, el invitado del día tenía prisa por salir, no fuese a llegar tarde. Lástima que circunstancias ajenas a su voluntad le hayan retenido al otro lado del charco y le impidieran presentase a la ceremonia del enlace. No obstante seguro que cuando crezca encontrará a muchos voluntarios dispuestos a contarle todo lo que sucedió el día de su nacimiento.

Hermanita, cuñadito y su pequeño príncipe están bien, aunque el chiquitín está en la Unidad de Neonatos, por precaución.

¡Uno más para la familia! Muchos besos a todos y un millón de abrazos.

Receta Gazpachuelo de Los Sentidos


Para celebrar nuestra llegada a Linares con motivo de la boda de Titón y Pompidulp, y para empezar a acostumbrar al estómago a las delicias del lugar, nos fuimos a cenar a Los Sentidos. Escogimos una cena de raciones para compartir:
El salmorejo de cerezas negras con falsa cereza es, sin duda, el mejor salmorejo que he probado nunca. ¡Qué cosa más rica!
La famosa ensalada de pollo ahumado con queso de cabra caramelizado y helado de setas: un clásico que no hay que perderse. 
A House le llamaron unas albóndigas de rabo de toro y el resto decidimos atender con él la llamada. Comprendimos el porqué del aviso,  estaban deliciosas. 
También tomamos un cocktail de marisco renovado con pulpo, huevas y algas. ¡Fantástico!
En recuerdo al Antojo, donde hacían un plato muy similar, pedirmos el Ravioli de gallina en pepitoria con crema de setas y almendra picada: muy bueno aunque le faltaba un toque más sabroso, porque era demasiado suave. Le sugerimos que le pusiesen unas lascas de parmesano, como hacían en el Antojo y con las que combinaban estupendamente, realzaba el resto de los sabores. 
El vino fue excelente, un descubrimiento, Pago Florentino 2009 de Bodegas Arzuaga-Navarro con D.O de Tierra de Castilla y uva Cencibel autóctona. 
Para los postres mis imperdonables natillas heladas, con su galleta y sus garrapiñadas. El resto se fue a los mojitos y sorbetes. 
Ya reservamos para regresar el domingo, que House se quedó con ganas de su tostón. 

Transcribo una receta de Los Sentidos publicada en la siguiente Noticia del Librepensador: 

El chef Juan Pablo Gámez, del restaurante jiennense de Linares Los Sentidos, ofrece las mejores recetas basadas en el aceite de oliva virgen extra  Oro Bailén Reserva Familiar.

A esta serie pertenece este Gazpachuelo con mariscos, moluscos, hinojo y brotes marinos y el toque del aceite Oro Bailén que “con su perfecto equilibrio entre frutado amargo y picante, y su perfecto maridaje en crudo, potencia el sabor de estos condimentos aportando la base de nuestra dieta mediterránea, que es el aceite de oliva virgen extra”, dice Juan Pablo Gámez.

El aceite de oliva virgen extra Oro Bailén Reserva Familiar, cuenta, entre otros, en su corta trayectoria, con premios como: el primer premio en el concurso internacional, en la categoría de frutados intensos, “2011 Los Ángeles International Extra Virgin Olive Oil Competition”; 2º premio en la modalidad Frutados Verdes Intensos en el Concurso Internacional “Mario Solinas” organizado por el C.O.I. (Consejo Oleícola Internacional) o el reconocido premio Alimentos de España 2009.


Ingredientes:
-Gamba blanca 500 gr
-Cola de rape 500 gr
-Conchas finas 18 piezas
-Bolos malagueños 18 piezas
-Búsanos 12 piezas
-Carabinero 500 gr
-Patatas 100 gr.
-Agua c/s
-Manzanilla 5 cl.
-Oro de Bailen Aceite de oliva Virgen Extra 250 cl.
-Lima c/s
-Chalota 60 gr

Modo de elaboración:
-Abrir las conchas con la ayuda de un cuchillo separar y limpiar la carne de posibles restos de tierra, reservarlas junto al agua resultante de abrirlas.

-Para las gambas y el carabinero, introducir en una bolsa de vacio con una generosa cucharada de aceite de oliva, sal y unas hojas de menta. Cocer el carabinero a 60 º c durante 4 minutos y para las gambas 3 minutos a 60 ºC. Enfriamos y reservamos para el montaje.

-Para los bolos malagueños, lavar en agua fría con una pizca de sal, añadir a una cacerola caliente y tapar durante 5 o 6 segundos, una vez abierto apartar de la cacerola para que no se prolongue la cocción y la carne quede transparente y jugosa.

-Para los búsanos en una cazuela con abundante agua hirviendo a punto de sal, introducir los búsanos y cocer durante 5 minutos, enfriar en agua con hielo a punto de sal, apartar del agua, sacar la carne con cuidado recoger los jugos resultantes y reservar para el montaje.

-Y finalmente para el gazpachuelo, en una cacerola añadir unas gotas de aceite de oliva, introducir la chalota, la patata a cascos, unas gotas de lima y un trozo de cola de rape, saltear lentamente para que no coja color y añadir una copa de manzanilla, dejar que de un hervor y cubrir con agua. Cocer todo junto durante 25 minutos hasta que la patata quede tierna.

Retirar la cola de rape, triturar el resto con el túrmix, salpimentar, añadir el aceite y los jugos de los mariscos, enfriar y reservar para el montaje. (El resultado es una crema tipo mahonesa gracias a los jugos del marisco, la gelatina del rape y a la emulsión del aceite de oliva, esta crema se servirá fría, tiene un sabor intenso a marisco y aceite de oliva, unidos perfectamente, dando un paso en boca ligero pero a la vez untuoso y persistente).

Ingredientes para el hinojo:
-Hinojo fresco 400 gr.
-Cilantro picado 30 gr.
-Agua 1,5 litros
-Azúcar 100 gr
-Gelatina cola de pescado 1 hoja
-Estabilizante c/s
-Hinojo fresco 200 gr
-Agua 500 cl.
-Lecitina de soja

 Modo de elaboración para el helado y el aire de hinojo:
-Preparar un almíbar con 1l de agua 100 gr de azúcar, las hojas de cilantro y 400 gr de hinojo, hervir durante 5 minutos, triturar y pasar por una estameña. Añadir a la mezcla 1 hoja de gelatina y c/s de estabilizante. Introducir en la heladora el tiempo necesario y reservar en el congelador para el montaje.

-Para el aire de hinojo, triturar el hinojo fresco con el agua y añadir la lecitina, pasar por chino fino templar la mezcla a 50 g y reservar en la nevera para el montaje.

Ingredientes para los brotes marinos en ensalada con hinojo:
-Salicornia
-Brotes de musgo de Irlanda
-Aceite de oliva Virgen Extra Oro de Bailén
-Sal
-Vinagre de jerez
-Picamos las algas y el hinojo aderezamos y reservamos para el montaje

Emplatado:
En la base del plato pondremos el gazpachuelo frío y de manera atractiva en forma circular colocar los mariscos preparados, entre estos colocar la ensalada de algas, que aportan un punto crujiente y salino al plato, sobre este colocar una quenelle de sorbete hinojo, refresca el conjunto y suaviza el plato, añadimos los brotes y terminamos con unas gotas de aceite de oliva Virgen Extra Oro de Bailén.

jueves, 14 de junio de 2012

"La voluntad"

"El Molino" Rembrandt
Los descendientes, convocados alrededor de la cama, tras escuchar las quebradas palabras del aliento final del anciano, decidieron echar tierra sobre el asunto. Típico del viejo, querer ser enterrado vestido con una armadura roñosa debajo de un molino. No le bastaba con haberles vuelto a todos locos con sus extravagancias sino que, ahora que podían respirar sin preocuparse de recibir llamadas intempestivas de la policía, abochornarles con su última voluntad.

Contrataron un funeral como Dios manda, vistieron al muerto con un sobrio traje negro y le enterraron en el olvido de la cripta familiar del honorable cementerio.

Bajo la piedra del molino yace un pequeño joyero, convertido en único heredero de la rancia fortuna del senil abuelo.

Lidiar becerros

"El Toro" Barry Leighton-Jones
Recientemente, el Sr. Pérez Reverte, que no suele ser santo de mi devoción, escribió en su página un artículo sobre su experiencia en la consulta de un  Centro de Salud, que posteriormente desembocó en una visita al Servicio de Urgencias, que también narra. Él vivió aquella caótica experiencia como acompañante de paciente, de manera puntual y anecdótica. Aunque no le pareció bien, tampoco hizo nada al respecto en ese momento. Ningún alarde de valentía, nada de poner a los ofensores en su sitio, ni una sola frase salió de su insigne boca pese a su fama de no callar. Posteriormente, cómodamente sentado en solitario, delante de su ordenador y sin interrupciones, escribió su crónica al respecto. Crónica absolutamente fiel en su exposición de los hechos y con la que no puedo estar más de acuerdo. No hay que subestimar la fuerza de la pluma, pero tampoco la de una palabra bien dicha en el momento oportuno.

En contraposición al confort del escritor, e incluso del mero espectador silencioso, se encuentra el día a día de los personajes para los que la mala educación de la gente, las interrupciones, las discusiones y los gritos pasan de ser una anécdota aislada para convertirse en una parte primordial de su rutina. La calificación de primordial no se debe a que todos los pacientes sean así, pero basta con atender a uno de ellos para que el enfrentamiento deje mella en el humor del facultativo durante una buena parte de su jornada. Por mucho que uno intente contenerse, y mantener la compostura, tendría que tener horchata en lugar de sangre si no se encendiese por dentro. Por desgracia son situaciones que se suceden a diario en la consulta y es al personal sanitario en general al que le toca lidiar, frente a frente, con los becerros que enardecen al resto de la sala. Al igual que ocurrió en su momento con el Sr. Pérez-Reverte, los testigos se limitan meramente a la función de observadores mudos y no hacen nada por evitar que el ambiente se caldee. Seguro que si algún valiente le cortase las alas al fanfarrón se ganaría el aplauso de muchos pacientes y el sincero agradecimiento de todo el personal del hospital. Pero nunca sucede algo así, en la realidad, tal y como describe D. Pérez Reverte se asiste cohibido a aquel espectáculo de grosería.

Las auxiliares sufren habitualmente el primer choque, aunque esto se ha modificado últimamente desde la instalación de las máquinas expendedoras de turnos, esas que reparten boletos que equiparan las consultas con los puestos de un vulgar mercado. Ante cualquier duda o problema , los pacientes abordan sin miramientos al primero que encuentran. Eso, o entran directamente en la consulta, por supuesto sin ser llamados. Los susodichos númeritos suponen también un motivo de discusión: "¿por qué le llaman a Ud si tiene el 80 cuando yo tengo el 65?", con el nervioso acaloramiento asociado habitualmente a este tipo de riñas. Puede suceder que ante una llamada, los usuarios pasen a pares con la excusa de tener ambos el mismo número, que no la misma letra (que es la que marca la diferencia, para simplificarlo todo un poco más).

Por fortuna, una vez dentro de la consulta, la mayoría de los revolucionarios se achantan al enfrentarse directamente al poder de la "bata blanca". Con ello demuestran un atisbo de inteligencia: no es buena idea enemistarse con el curandero de la tribu. Otros, sin embargo, se envalentonan aún más al verse allí y escogen el tiempo de su consulta para enarbolar su personal e interminable lista de protestas contra la Sanidad y las frustraciones de su vida en general. Está claro que si tienen tanta fuerza para quejarse del sistema es porque no tienen ninguna enfermedad excesivamente molesta, o por lo menos más molesta que ellos mismos.

El médico, pese a las agresiones verbales, se obliga a comportarse de manera educada y civil con el paciente. Procura tratarle con respeto, es la regla de oro para evitar que se lo pierdan a uno, y mostrarse cortés aunque eso le suponga tragar bilis y clavarse las uñas para no despotricar contra el maleducado que tiene delante. Guardar las formas concede una cierta superioridad moral. Aunque la carencia absoluta de modales del interfecto le hace desconocer la mera existencia de unas normas de urbanidad básicas para cualquier tipo de trato. Establecer una relación cordial médico-paciente en estos casos es imposible. El hecho de saber que todo se acaba, incluso esa infernal consulta, y que el energúmeno en cuestión saldrá al final por la puerta, aunque a veces sea gracias al personal de Seguridad, es lo que convierte en llevadera la tensa situación.

Si todo transcurre con éxito, una vez rematada la faena, lo último que le faltaría por escuchar a la cuadrilla médica sería un ¡OLÉ! gritado desde la sala de espera, por haber hecho lo que ellos no se atrevían. No estaría mal desorejar a alguno de esos animales disfrazados de paciente para celebrar la victoria del autocontrol.

Termina su crítica el ilustre Pérez Reverte con las palabras (que cito textualmente): «Tenéis una sanidad pública que no os merecéis, tontos del culo. Que no nos merecemos. Una sanidad fantástica. Gracias deberíamos dar por que esto todavía aguante. Que a saber cuánto dura. En vuestra puta vida, en la nuestra, podríamos pagarlo de nuestro bolsillo. ¿Quién os habéis creído que somos?».Es lo que te pide el cuerpo decir. Pero no lo haces, claro. En vez de eso, cierras el pico y te apoyas en la pared bajo los carteles donde se advierte a quienes insulten o golpeen a médicos y enfermeras. Luego abres el libro que traías, haciendo como que lees; mientras, en efecto, se te cae la cara de vergüenza. 
Al menos el escritor siente remordimientos por no tener el valor necesario para actuar. Mientras tanto los políticos echan leña al fuego de la ignorancia de la opinión pública y azuzan a las bestias irracionales para lanzarlas enardecidas a la batalla en contra de la Sanidad, con los médicos, siempre los principales responsables y culpables de todo, en primera línea de fuego. Mientras tanto, ellos se protegen y se mantienen a salvo, no ya en la retaguardia sino en el refugio del cuartel general del Ministerio.

miércoles, 13 de junio de 2012

Medias naranjas

Una de mis amigas, bajo los efectos de la decepción y el desánimo que acompañan a una ruptura, me comentó que a su media naranja la habían exprimido para hacer zumo. Posteriormente, descubrí que esa expresión es de uso común, pero aquella fue la primera ocasión en la que la escuché.

La verdad es que suele resultar complicado dar con la pareja ideal. Las relaciones son tan dispares que, además de naranjas, una se encuentra con una auténtica macedonia en la que se incluyen algunas frutas de lo más exóticas e incluso raras especies que se pensaba extinguidas.

Son múltiples los factores que influyen en la facilidad para hallar a la mitad complementaria y además estos varían en cada época de la vida. Es frecuente que a la mayoría de las adolescentes les guste el "guapo" de turno, y viceversa. No era mi caso: si el guapo era un hermoso melón, perdía todo el atractivo para mí. Una competidora menos a la hora de ir a la caza de sus sonrisas. Eso de adorar todo el día la bonita y hueca cabeza de uno, con el que no se podían cruzar más de dos palabras interesantes, y eso si tenía un día inspirado, no estaba hecho para mí. Tampoco creo que el guapo en cuestión lamentase demasiado mi falta de admiración.

La sociabilidad de mis hermanas en lo que respecta a tipo de cuestiones era una gran baza a su favor. Para mi desgracia, ese gen no lo heredé por lo que esa indudablemente útil cualidad nunca se ha manifestado con fuerza en mi carácter, bastante introvertido. Romper el hielo jamás me ha resultado fácil. Enseguida me sentía incómoda al verme rodeada de gente, me retraía y transmitía esa sensación a los demás. Procuraba desaparecer en cuanto veía ocasión de hacerlo y me preocupaba bastante poco, por no decir nada, el tema de la popularidad. Una vez tenía conformado mi pequeño círculo de amigos, no necesitaba ampliarlo con ramificaciones, intersecciones ni uniones con otros grupos. A más extenso el círculo, lógicamente mayor cabida y más posibilidades de encontrar entre sus miembros a alguien con quien se encaje. La diversificación de la muestra va a favor de la estadística de probabilidades.

Sir Frank Dicksee "Romeo y Julieta" 
Mis temas de conversación favoritos tampoco hacían nada por aumentar mi popularidad: libros, libros y más libros. También podía hablar de matemáticas, que era un interés si cabe aún menos compartido que la lectura.  Al tratar ese tipo de cuestiones me encontraba mucho más cómoda que con trivialidades en las que no estaba puesta. Hacer gala de ignorancia no era lo mío, ni tampoco disimular con arte mi desconocimiento. Recuerdo que una profesora me comentó en una ocasión que impresionase al chico que me gustaba con mi habilidad para la trigonometría, materia que me encantaba. Era buena maestra en lo suyo, evidentemente de ciencias, pero nula en cuestiones sentimentales de adolescentes. Aquella estrategia fracasó estrepitosamente, salvo en conseguirnos a los dos un sobresaliente en la materia.

No sólo era difícil encontrar a alguien del sexo opuesto que compartiese mis aficiones sino que, los que había, eran aún menos sociables que yo. Hay momentos en los que el anhelo romántico supera el sentido común y una ácida naranja termina emparejada con un amargo pomelo. La combinación resultante no beneficia a ninguno de los dos cítricos. No hay que rendirse, según se descarta al resto de los frutos también se hace hueco para que aparezca, bien escondida al fondo del cajón, la mitad idónea.

martes, 12 de junio de 2012

El beso de Buenas Noches

Jessie Willcox Smith
El que mi madre viniese a darnos un beso de buenas noches cuando nos acostábamos era imprescindible para que nos durmiésemos. Sin aquel beso, al día le faltaba algo esencial. No era más que un simple besito junto con la frase "que durmáis bien". No venía acompañado de más fiestas. Mi madre no se sentaba en la cama para escuchar nuestros resúmenes de la jornada, ni tampoco nos narraba ningún cuento para hacernos soñar (por el contrario, se cercioraba de que no ocultaba ningún libro bajo las sabanas y pretendiese seguir leyendo en cuanto ella saliese de la habitación).

Si no venía espontáneamente, la reclamábamos: "¡Mamá, nuestro besito!". Entonces aparecía con diligencia por la puerta, se acercaba primero a la cama de hermanísima a darle el suyo, y luego venía a la mía. Aquel breve gesto solía asociar un amago de abrazo en el que yo ponía mis brazos alrededor de su cuello, para así alargar en un segundo aquel instante. Después se alejaba y entornaba la puerta, sin cerrarla por completo para dejarnos nuestra "lucecita". El tamaño justo de la rendija venía dictado por nuestras instrucciones desde la cama. Siempre intentábamos arañar "un poquito más", aunque hay que reconocer que la Señora nos hacía caso omiso y lo dejaba cómo le parecía oportuno.

En la granja el ritual del beso de "Buenas Noches" era muy distinto. Para empezar precisaba su tiempo. Cuando estábamos allí, nuestra madre no subía a la habitación, sino que se quedaba en el salón con el resto de los adultos, generalmente con alguna película de fondo que nunca era apta para públicos infantiles (aunque no le viésemos los rombos). A hermanísima le encantaba remolonear, y cotillear mientras tanto algo de la conversación y del argumento de la película. En una ocasión vio más escenas de Drácula de las aconsejables para su naturaleza medrosa. Como siempre, me tocó pagar el pato de su curiosidad: a partir de esa noche, en vez de disponer de nuestras dos camas separadas, para evitar que la quejicosa chiquilla pasase miedo, nos devolvieron a dormir juntas a la estrecha de matrimonio bien avenido, cosa que no eramos. Para colmo, tuve a la plasta miedica pegada a mí como una lapa el resto de las vacaciones. No era algo excepcional: en Linares le daba miedo subir sola al piso de arriba y siempre la debía acompañar al baño.

Según rugía el león de la Metro en el televisor, comenzaba la ronda de besos. Era fundamental dar las buenas noches a todos los presentes, sin olvidos ni excepciones. Excluir accidentalmente a alguno era motivo de ofensa, y sería seriamente recriminado al día siguiente. Puede parecer algo fácil de cumplir, pero no siempre lo era. La granja era un punto clave de reunión de toda la familia y durante las vacaciones, con mucha frecuencia, el enorme salón se hallaba copado de visitantes, repartidos entre los sillones, la mesa, las sillas cercanas a la puerta y la cocina (en la que algunos trasteaban mientras la tita Mercedes lavaba los platos y se escaldaba las manos. El agua caliente del día se gastaba en eso, porque lo que es para la ducha nunca había más que un par de gotas que ni siquiera bastaban para convertir el finísimo chorrillo helado en un líquido tibio). Incluso había que revisar la despensa, no anduviese alguien perdido en su interior y se fuese a quedar sin su beso. Tampoco era mala idea hacerlo, no fuese a ser que padeciese del corazón y el calambrazo del interruptor le hubiese provocado un síncope.

Tras un número variable de abrazos de buenas noches, que nunca bajaba de ocho y que generalmente oscilaba entre los diez y los treinta, y tras escuchar los respectivos consejos de las titas, hermanísima y yo estábamos dispuestas a enfrentarnos a aquellas aciagas y tenebrosas escaleras que tanto imponían a la asustadiza niña. La clavija de la luz del tramo inferior era casi tan traicionera como la de la despensa mientras que la del tramo superior se encontraba al final del mismo. Para conseguir que la niña subiese, me tocaba correr escaleras arriba, para lo que resultaba útil el salto de la primera electrocución, y a ciegas tantear la pared hasta encontrar la llave. Por supuesto, luego debía bajar de nuevo todos los escalones para apagar la luz de abajo. El piso superior era grande, silencioso y muy oscuro. El baño estaba al lado de las escaleras y el invernal congelador que hacía las veces de nuestro dormitorio, al fondo. Para progresar hasta él, tocaba hacer un nuevo juego de luces: hermanísima esperaba en un lugar iluminado y yo avanzaba despacio entre las sombras, esquivando obstáculos para no dejarme los dientes en el trayecto, mientras encendía unas lámparas y apagaba otras. Una vez llegábamos a nuestra meta, nos desnudábamos pegadas al radiador, colocado en la puerta de comunicación con la habitación de mi hermano y la tita Mercedes con la más que optimista pretensión de calentar ambas estancias (y no lograrlo con ninguna). Los esquijamas acolchados eran imprescindibles. También las bolsas de agua caliente, pero no había suficientes para todos los alojados en esa época de alta ocupación así que debíamos conformarnos con nuestro propio calor, aunque ni siquiera esa idea conseguía reconciliarme con la de dormir con hermanísima.

Christian Birmingham: The Snow Queen
Las sábanas estaban heladas, la escarcha húmeda que las recubría crujía bajo nuestro peso. Cualquier parte del cuerpo se convertía en un témpano si no quedaba bien cubierta, lo que nos obligaba a respirar como a las ballenas: cada 20 minutos asomábamos la nariz para coger aire. Una vez repuestas las reservas de oxígeno,  devolvíamos el órgano con rapidez a la cueva de calor humano de debajo de las mantas dobladas (otra cosa que también andaba algo escasa). Moverse era una idea pésima, cualquier nuevo rincón de la cama seguía tan helado como al principio de la noche, y el hecho de que las mantas estuviesen dobladas significaba que con frecuencia no alcanzasen a cubrir por completo la superficie del colchón. Si algún miembro quedaba expuesto a la intemperie, se corría el riesgo de precisar su amputación por necrosis por congelación al día siguiente. Después de las vacaciones de Navidad, hermanísima y yo acabábamos preparadas para enfrentarnos a la conquista del Everest, al menos en lo que aclimatación se refiere.

lunes, 11 de junio de 2012

Caperucita con menos cuento

Gianni de Conno

Erase una vez una pequeña Caperucita que vivía feliz en su mundo de cuento. Su abuelita, junto con la caperuza que llevaba siempre puesta y a la que debía su nombre, le había regalado también un precioso libro de leyendas. Con él la niña aprendió a leer, y en él descubrió la chiquilla su pasión por las letras. Le fascinaba la forma que tenían las palabras de unirse entre sí, de expresar las ideas de mil maneras diferentes. Al pronunciarlas poseían música propia, y cuando aquellas frases se entretejían unas con otras, engendraban infinidad de maravillosas imágenes en su mente. Cuánto más leía, más disfrutaba y más anhelaba el poder vivir siempre rodeada de libros.

Kikoum
La niña creció, y eso mismo le sucedió a su vocación por la lectura. Deseaba dedicarse a ello, pero no sabía cómo. Un día, se enteró de un trabajo en una biblioteca ubicada en medio de una lejana selva. Aquella jungla la poblaban multitud de fieras salvajes, muchas de ellas inimaginables en los pasajes de su breve historia y resultaba por tanto mucho más peligrosa que el bosque al que estaba acostumbrada desde su más tierna infancia. No obstante, sin amilanarse ante los riesgos del puesto, y con la curiosidad y la ilusión de encargarse de organizar, archivar y cuidar aquellas obras, la muchacha no lo dudó y aceptó encantada la oferta. Impaciente por descubrir los misterios guardados en el interior de textos aún inéditos, dejó atrás su cuento de siempre y se lanzó a aquel mundo diferente y desconocido. Con la nariz siempre metida entre las páginas de su viejo libro, la niña abandonó su bosque y se adaptó sin dificultad a la rutina de su nueva vida.

Transcurrió el tiempo. Todos los días, antes de salir de casa, Caperucita cogía su enorme cesta. La cestita original de su infancia se había renovado y agrandado. El dulce bizcocho para la abuelita había sido entregado, y devorado, en una vida anterior. Su lugar lo ocupaba ahora una sana manzana, guardada con la ilusión de tomársela a media mañana. En realidad, lo que solía suceder era que la fruta se pasaba varios días sobre su escritorio y ejercía la función de un aromático pisapapeles mientras su lustrosa piel se arrugaba con el tiempo. Con cierta frecuencia, aquella pieza no viajaba sola, sino que lo hacía acompañada por una vieja servilleta de tela, de cuadros blancos y rojos, que servía para envolver el recipiente con la comida de la bibliotecaria, los días en los que la jornada se prolongaba por algún curso. La esperanza de disponer de un rato tranquilo, en el que disfrutar despacio de aquellas viandas, no llegaba nunca a realizarse. A duras penas conseguía la ocupada joven rascar unos minutos de libertad en la que engullirla rápidamente, sin llegar a saborearla, simplemente con el mero fin de reponer fuerzas. En esa inmensa cesta se almacenaban también listas crecientes de tareas urgentes que no había tenido tiempo de concluir, y que llevaba a casa con la pretensión de rematarlas en medio de los deberes, cenas e historias de chiquillos de su rutina familiar y que, generalmente, sacaba adelante a costa de horas de sueño perdido.

Amy Bates
Tras cargar con su pesada cesta, Caperucita se despedía de los suyos con un beso. Emprendía el camino con decisión, llena de ánimo y dispuesta a enfrentarse a los miles de peligros que la acechaban a diario hasta que lograba alcanzar su pequeño recinto. Sin miedo, se internaba en la amenazante jungla. Según se adentraba en ella, sus sentidos se saturaban. Sus oídos ensordecían bajo atronadores rugidos y chirriantes chillidos. Sus ojos escocían, irritados por las grises nubes de polvo levantadas por el ímpetu destructor de las estampidas. En medio de aquella selva, la muchacha esquivaba hábilmente los envites de las agresivas hembras al defender a sus crías, mientras las empujaban con terquedad, en su intento de devolverlas junto al resto la manada.

Ni siquiera al llegar a su despacho la joven se encontraba completamente a salvo. Antes de empezar, debía tantear sigilosamente el terreno, ya que su biblioteca distaba mucho de parecerse mínimamente a una biblioteca convencional. La luz y el silencio imperaban en su interior. Sus estanterías daban cobijo exclusivamente a libros de ciencia avanzada y a revistas repletas de jugosos artículos. Durante las épocas de exámenes, abarrotaban las largas mesas ojerosos y jóvenes cachorros que murmuraban inquietos, mientras empollaban desesperadamente, hora tras hora, sin pausa ni tregua, de la mañana a la noche. Al concluir la temporada escolar, abandonaban la tranquila sala de estudio para sustituirla por las diversiones de la jungla.

Tampoco en esos periodos de aparente calma podía relajarse la bibliotecaria sino que debía ocuparse de aplacar a las insaciables alimañas que rondaban furtivamente por allí. Eso la obligaba a estar permanentemente alerta, siempre pendiente de sazonar las suscripciones y hacerse con las más apetecibles y suculentas. Si algo fallaba, sabía que los lobos, con su voraz apetito, se presentarían bajo un zalamero disfraz delante de su puerta. Una vez  introducían el peludo hocico, alargado en un rictus que pretendía ser una sonrisa, y entraban en su reducto, ahuyentarlos exigía gran cautela:
 "¡Caperucita!" decían mientras asomaban la patita por debajo de su puerta. "Me ha surgido una duda ¿Tienes un ratito?¡Sólo te entretendré un pequeño instante!"
A continuación le mostraba unos artículos que la muchacha se apresuraba a procesar.
"¡Qué lista tan grande sale!", protestaba consternada.
"Es para compararla mejor," replicaba el lobo
"¿No sabes acotarla?"
"No me acuerdo bien de cómo se hacía, pero me bastan unos "pocos" minutos contigo para refrescarlo," afirmaba la fiera mientras tomaba asiento, al tiempo que se relamía con disimulo y dejaba entrever con aquel gesto su colmillo, afilado y retorcido. Enseguida recuperaba su máscara habitual, y azorado al haberse descubierto, miraba su reloj con algo de prisa. "¡Lástima! No puedo alargarme", se justificaba. "Es que tengo una consulta "enorme". Mejor te explico lo que quiero, te ocupas tú y cuando esté todo me mandas el archivo".
A diario, la pobre bibliotecaria recibía la visita de varios de aquellos lobos que, invariablemente, le dejaban la impresión de su huella apilada sobre su mesa de trabajo.

A pesar de que la biblioteca estuviese llena de palabras, había demasiada dosis de realidad almacenada en aquellos estantes. La primera vez que Caperucita estudió su contenido se quedó admirada y se sintió tremendamente afortunada al tener a su disposición esa ingente cantidad de sabiduría. Sin embargo, pasada la euforia de la novedad, no pudo evitar sentir cierta añoranza por el mundo de los cuentos de los que procedía. Echaba de menos el libro de leyendas de su abuela. ¿Dónde lo habría guardado? No obstante, con la incesante vorágine de la tarea, no tenía ni tiempo para solazarse en su nostalgia y volvía a relegar la ficción al fondo de su mente. Según aumentaba el grueso de su biblioteca, el trabajo le permitía cada vez menos distracciones y la obligó a abandonar, casi por completo, sus otras lecturas. Poco a poco, dejó de echar de menos la poesía y la fantasía. Se olvidó de su  viejo libro. De los antiguos cuentos tan sólo le quedaban varios cientos de ejemplares, todos de su propia historia ilustrada con distintas versiones de su imagen, que sus amigos adquirían para ella en cualquier rincón del planeta. Pero Caperucita no se reconocía en esos retratos: no recordaba quién era en realidad. Había olvidado sus orígenes.

Su pequeño hijo, que había heredado la imaginación propia de los cuentos de su mundo materno, reparó en la ausencia de fantasía en el ambiente diario de su querida madre. Como amante de los libros supo que no tendría que ser así y decidió ponerle arreglo. Concibió un divertido mundo, protagonizado por dioses clásicos y otros seres mitólogicos. Tradujo sus ideas a palabras, con la intención de embaucar a su madre a su lectura. Tras leerlas, Caperucita se sintió menos cansada y mucho más feliz.

Un día apareció por la biblioteca una nueva exiliada de los reinos de ficción, con tendencia a soñar despierta para escapar a su mundo. Descubrió en Caperucita un espíritu afín perdido dentro del laberinto de la realidad. Para sacarla de él, a modo de Mahoma, decidió llevarle la montaña directamente a su despacho. La bombardeó con poesías y cuentos, e incluso inundó su buzón con antiguas fotos y mágicos relatos. La visitaba a menudo, con una nueva historia cada vez. Por supuesto siempre la encontraba inmersa en un gran trajín de favores acumulados, entregada a la búsqueda de artículos científicos ocultos, en su mayoría aburridos y prosaicos. En alguna ocasión, se encontró incluso con alguno de los lobos sentado a la vera de la doncella. Al advertir cómo éste contemplaba a su presa, con sus dientes afilados y sus ojos golositos, un escalofrío le recorría la espalda. En alguno de esos casos, su inesperada presencia rompía aquel hipnótico trance. Caperucita salía de su ensueño y se desembarazaba, aunque fuese sólo momentáneamente, de la bestia de turno. Derrotado, el animal abandonaba a su víctima con el rabo entre las piernas.Su amiga no siempre tenía éxito en aquellas apariciones imprevistas, ni tampoco era siempre capaz de hacer desconectar a la bibliotecaria de su absorbente tarea. No por ello se daba por vencida y regresaba armada con un arsenal de historias inventadas, con mucha imaginación y ninguna ciencia, que devolvían, aunque fuese brevemente, a su nativo mundo de cuento a la exhausta Caperucita. A pesar del trabajo, la atmósfera fantástica de los relatos la hechizaba, e inconscientemente, entre aquellas líneas, recuperaba retazos de su memoria.

Con frecuencia, al terminar su agotadora jornada, mientras recogía su cesta, la exhausta bibliotecaria miraba desolada el cerro de huellas que los lobos habían dejado tras de sí y que esperaba ser solventado a su regreso al día siguiente. Antes de cerrar la puerta de su despacho, echaba un último vistazo a su interior, se ponía su caperuza descolorida y se preguntaba: ¿dónde se habrá metido el cazador?

¡FELIZ CUMPLEAÑOS CAPERUCITA! (y que no te visiten los lobos)