Procuro ser siempre puntual. Tanto, que calculo todo tipo de contingencias que puedan surgir en el trayecto y que influyan en mi posible demora. Ser consciente de que se me hace tarde no es tan sólo que me estrese, sino que incluso me produce ansiedad. La impuntualidad causa una primera impresión pésima, me parece una falta de respeto por el que espera, así como un signo de egocentrismo. Uno es el ombligo del mundo y el tiempo gira en función de su conveniencia. Tardón, engreído y maleducado son conceptos muy relacionados entre sí.
Sé que no todos en mi familia comparten mi radical punto de vista. Los impuntuales nunca piensan que están haciéndole perder el tiempo al que espera y que, por desgracia, el reloj no da marcha atrás. Aunque suelo llevarme un libro para esas eventualidades, la intranquilidad y el tener que estar pendiente hacen que me resulte difícil concentrarme en la lectura.
Lo de los pacientes que llegan tarde porque sí, es inconcebible. Muchos no aceptan las críticas. Dada su excelsa perfección no consideran que hayan cometido ningún fallo. El colmo es cuando te atacan con el argumento de que "otras veces soy yo el que espera". Esa actitud refuerza mi opinión de que estoy delante de uno de los "ejes del universo" y me demuestra que, tanta vuelta sobre su persona, ha mermado su intelecto, si es de los afortunados que nació con uno. La relación comienza con mal pie, ya que, en palabras del Dr. House, no es de sabios enemistarse de entrada con el curandero de la tribu. Además, su argumentación es fácilmente rebatible con pura lógica: ¿cómo es posible que el médico lleve su consulta en hora si tiene que esperar a los pacientes que piensan igual que él (el lunes fue una ella)? Claro que, aunque intentes hacérselo ver, por lo general son sordos al sonido de una voz distinta a la suya. Son de los que saben más que nadie y cualquier explicación que se salga de su cuadriculado y rígido esquema mental, incluso las relacionadas con los síntomas que vienen a consultar, es errónea. Los años de Medicina no sirven de nada enfrentados a su irrefutable opinión. Por supuesto los veo después de los que se presentan puntualmente a su hora. Deduzco que el concepto de temporalidad es más importante para la gente que valora el tiempo propio, y el ajeno, que para los que le dan prioridad a su ombligo. Así tienen tiempo para pensar a gusto en ellos mismos en la sala de espera.
Sé que no todos en mi familia comparten mi radical punto de vista. Los impuntuales nunca piensan que están haciéndole perder el tiempo al que espera y que, por desgracia, el reloj no da marcha atrás. Aunque suelo llevarme un libro para esas eventualidades, la intranquilidad y el tener que estar pendiente hacen que me resulte difícil concentrarme en la lectura.
Lo de los pacientes que llegan tarde porque sí, es inconcebible. Muchos no aceptan las críticas. Dada su excelsa perfección no consideran que hayan cometido ningún fallo. El colmo es cuando te atacan con el argumento de que "otras veces soy yo el que espera". Esa actitud refuerza mi opinión de que estoy delante de uno de los "ejes del universo" y me demuestra que, tanta vuelta sobre su persona, ha mermado su intelecto, si es de los afortunados que nació con uno. La relación comienza con mal pie, ya que, en palabras del Dr. House, no es de sabios enemistarse de entrada con el curandero de la tribu. Además, su argumentación es fácilmente rebatible con pura lógica: ¿cómo es posible que el médico lleve su consulta en hora si tiene que esperar a los pacientes que piensan igual que él (el lunes fue una ella)? Claro que, aunque intentes hacérselo ver, por lo general son sordos al sonido de una voz distinta a la suya. Son de los que saben más que nadie y cualquier explicación que se salga de su cuadriculado y rígido esquema mental, incluso las relacionadas con los síntomas que vienen a consultar, es errónea. Los años de Medicina no sirven de nada enfrentados a su irrefutable opinión. Por supuesto los veo después de los que se presentan puntualmente a su hora. Deduzco que el concepto de temporalidad es más importante para la gente que valora el tiempo propio, y el ajeno, que para los que le dan prioridad a su ombligo. Así tienen tiempo para pensar a gusto en ellos mismos en la sala de espera.
Es cierto que existen circunstancias atenuantes, sobre todo en relación con los hijos, aunque también hay otros motivos (no soy tan inflexible como para no verlo), como equivocarse de hora o perderse por el camino. Claro que cuando uno tiene que ir al cine o coger un medio de transporte, se aplica y llega cuando debe. ¿Por qué no hacen igual en el médico o con los amigos? Con estos últimos hay citas más o menos flexibles en las que la hora es aproximada, aunque suele ir implícito en la conversación previa con frases del estilo "intentaré llegar a ..." "no sé si me dará tiempo" o se avisa "puede que se me complique...". En ese caso, lo único que se puede hacer es ver cómo se desarrolla el día y poner al tanto al resto de los participantes en la cita. Es eso o no poder quedar nunca, y esa opción no es apetecible. Pero son circunstancias excepcionales y con una relación cultivada de por medio.
Cuando se sabe que alguien toma lo de llegar tarde como un hábito lo mejor es intentar minimizar la diferencia de los relojes internos. Para ello, una táctica útil es notificar al impuntual de la hora del evento como algo anterior a la real. Claro que cuando se trata de algo multitudinario es fácil que a alguien se le escape la "verdad". No sólo eso. Ante la remota posibilidad de que ese día la persona en cuestión esté cuando se le ha dicho, suelo aparecer en el lugar de la cita con la "falsa" antelación prevista, para que, el pobre, no se encuentre solo al llegar. Es pecar de optimismo. Como siempre el impuntual deseará hacerse notar y será el último. La búsqueda de atención a través de este tipo de estrategia es poco recomendable, más de uno fulminaría al figura con la mirada. Tanto afán de protagonismo suele derivar en que, encima, cuando al fin llegan, pretenden acaparar la conversación. No les importa de qué se está hablando. Lo que ocupa sus mentes es sin duda más interesante. Muchos de ellos ni tan siquiera se disculpan por la tardanza e incluso opinan que es un rasgo "gracioso" de su carácter. Se sienten reafirmados en su singularidad. Claro que al igual que no saben mirar la hora tampoco deben de tener muy claro el lugar en el que tienen la "gracia".
Henry Gilbert Darling |
6 comentarios:
Que razón tienes, prima¡¡Yo soy bastante puntual, y si no consigo llegar a mi hora y me tienen que esperar, lo mínimo es disculparse...el problema es que suelo ser yo la que espera y no siempre se disculpan. Mi jefe es de los que siempre suelen llegar tarde, y a mi me pone enferma, porque tengo que ser yo la que se disculpe ante los clientes sin tener culpa de nada.Estoy contigo, prima.
Solo un apunte tan impuntual es el que llega tarde como el que llega demasiado pronto, Un puntual que le parece sobre todo una falta de consideracion la impuntualidad, tanto por defecto llegar tarde como por exceso llegar demasiado pronto .Puntual.
Al que llega pronto no hay que esperarle...
efectivamente, no hay que esperarle pero te lo encuentras amargado de caracter cuando te ve llegar a tu hora o te intenta arrear antes de tiempo que yo tambien tengo una Lisa Cuddy en mi vida y se de lo que hablo maja ¡¡¡ porque la sensacion equivocada que tiene es de que te ha estado esperando y yo me pregunto y que culpa tengo yo? ja,ja,ja. Puntual.
¡Pobre! En ese caso una actitud tipo House es la más recomendable. Aunque, cuando va, nunca llega tarde, si en algún momento lo hiciese, no se me ocurriría ni toserle al respecto. No quiero ni imaginarme su exabrupto.
La hora, es la hora.
Un minuto antes de la hora, no es la hora.
Un minuto después de la hora, no es la hora.
La hora, es la hora.
Es una de las máximas que me enseñaron (?) en la marina de guerra
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