"El Toro" Barry Leighton-Jones |
En contraposición al confort del escritor, e incluso del mero espectador silencioso, se encuentra el día a día de los personajes para los que la mala educación de la gente, las interrupciones, las discusiones y los gritos pasan de ser una anécdota aislada para convertirse en una parte primordial de su rutina. La calificación de primordial no se debe a que todos los pacientes sean así, pero basta con atender a uno de ellos para que el enfrentamiento deje mella en el humor del facultativo durante una buena parte de su jornada. Por mucho que uno intente contenerse, y mantener la compostura, tendría que tener horchata en lugar de sangre si no se encendiese por dentro. Por desgracia son situaciones que se suceden a diario en la consulta y es al personal sanitario en general al que le toca lidiar, frente a frente, con los becerros que enardecen al resto de la sala. Al igual que ocurrió en su momento con el Sr. Pérez-Reverte, los testigos se limitan meramente a la función de observadores mudos y no hacen nada por evitar que el ambiente se caldee. Seguro que si algún valiente le cortase las alas al fanfarrón se ganaría el aplauso de muchos pacientes y el sincero agradecimiento de todo el personal del hospital. Pero nunca sucede algo así, en la realidad, tal y como describe D. Pérez Reverte se asiste cohibido a aquel espectáculo de grosería.
Las auxiliares sufren habitualmente el primer choque, aunque esto se ha modificado últimamente desde la instalación de las máquinas expendedoras de turnos, esas que reparten boletos que equiparan las consultas con los puestos de un vulgar mercado. Ante cualquier duda o problema , los pacientes abordan sin miramientos al primero que encuentran. Eso, o entran directamente en la consulta, por supuesto sin ser llamados. Los susodichos númeritos suponen también un motivo de discusión: "¿por qué le llaman a Ud si tiene el 80 cuando yo tengo el 65?", con el nervioso acaloramiento asociado habitualmente a este tipo de riñas. Puede suceder que ante una llamada, los usuarios pasen a pares con la excusa de tener ambos el mismo número, que no la misma letra (que es la que marca la diferencia, para simplificarlo todo un poco más).
Por fortuna, una vez dentro de la consulta, la mayoría de los revolucionarios se achantan al enfrentarse directamente al poder de la "bata blanca". Con ello demuestran un atisbo de inteligencia: no es buena idea enemistarse con el curandero de la tribu. Otros, sin embargo, se envalentonan aún más al verse allí y escogen el tiempo de su consulta para enarbolar su personal e interminable lista de protestas contra la Sanidad y las frustraciones de su vida en general. Está claro que si tienen tanta fuerza para quejarse del sistema es porque no tienen ninguna enfermedad excesivamente molesta, o por lo menos más molesta que ellos mismos.
El médico, pese a las agresiones verbales, se obliga a comportarse de manera educada y civil con el paciente. Procura tratarle con respeto, es la regla de oro para evitar que se lo pierdan a uno, y mostrarse cortés aunque eso le suponga tragar bilis y clavarse las uñas para no despotricar contra el maleducado que tiene delante. Guardar las formas concede una cierta superioridad moral. Aunque la carencia absoluta de modales del interfecto le hace desconocer la mera existencia de unas normas de urbanidad básicas para cualquier tipo de trato. Establecer una relación cordial médico-paciente en estos casos es imposible. El hecho de saber que todo se acaba, incluso esa infernal consulta, y que el energúmeno en cuestión saldrá al final por la puerta, aunque a veces sea gracias al personal de Seguridad, es lo que convierte en llevadera la tensa situación.
Si todo transcurre con éxito, una vez rematada la faena, lo último que le faltaría por escuchar a la cuadrilla médica sería un ¡OLÉ! gritado desde la sala de espera, por haber hecho lo que ellos no se atrevían. No estaría mal desorejar a alguno de esos animales disfrazados de paciente para celebrar la victoria del autocontrol.
Termina su crítica el ilustre Pérez Reverte con las palabras (que cito textualmente): «Tenéis una sanidad pública que no os merecéis, tontos del culo. Que no nos merecemos. Una sanidad fantástica. Gracias deberíamos dar por que esto todavía aguante. Que a saber cuánto dura. En vuestra puta vida, en la nuestra, podríamos pagarlo de nuestro bolsillo. ¿Quién os habéis creído que somos?».Es lo que te pide el cuerpo decir. Pero no lo haces, claro. En vez de eso, cierras el pico y te apoyas en la pared bajo los carteles donde se advierte a quienes insulten o golpeen a médicos y enfermeras. Luego abres el libro que traías, haciendo como que lees; mientras, en efecto, se te cae la cara de vergüenza.
Al menos el escritor siente remordimientos por no tener el valor necesario para actuar. Mientras tanto los políticos echan leña al fuego de la ignorancia de la opinión pública y azuzan a las bestias irracionales para lanzarlas enardecidas a la batalla en contra de la Sanidad, con los médicos, siempre los principales responsables y culpables de todo, en primera línea de fuego. Mientras tanto, ellos se protegen y se mantienen a salvo, no ya en la retaguardia sino en el refugio del cuartel general del Ministerio.
5 comentarios:
Por desgracia los que nos hacen becerros, siguen siéndolo cuando salen a la calle, cuando están en su casa, necesitan una pelea continua, son unos HP de solemnidad. Creo que en vuestras consultas estos elementos deben ser compensados por los pacientes que te miran a los ojos y te dicen ¡Gracias!
Esas gracias que salen del corazón.
Dr. House, la fórmula para destilar odio es genial. Y&G
Desgraciadamente, Grumpy, lo que cuenta Pz Reverte y lo que dices se puede aplicar a todos los funcionarios públicos que dan la cara ante los individuos cobardes, cretinos y frustrados que constituyen el 40% de la sociedad española (un porcentaje muy superior al esperable estadísticamente, que parece indicar una tara genética y en el que se incluye el factor contagio a inmigrantes que nunca se habrían comportado así en sus países de origen). Especialmente ése es el caso de maestros, profesores, monitores de casas de acogida, es decir, todo lo que sustenta el entramado de futuro de un país que se deshace en su irreprimible tendencia a la anarquía. Tendencia, por cierto, estimulada por el espectáculo de políticos incapaces y gobernantes mediocres. Salir de la ciudad alegre y confiada para caer en la ciudad y los perros es duro y, por supuesto, siempre es culpa del otro. Si está a mano y además obligado por la norma profesional de respeto al paciente, padre o tutor, ¡leña al mono!
Ayer tuve que oir a una incompetente comentar que los profesores del Instituto Cervantes en SP se estaban quejando porque no les daba el sueldo para vivir en un apartamento solos y que encima pretendían traerse a la familia. La solución estaba muy clara, que compartieran piso y dejaran a sus familias en España. Ella mientras tanto cobra un pastón por estar expatriada con la empresa privada, pero como su empleo no está asegurado para toda la vida pues tiene derechos especiales. El mérito, la capacidad y la vocación de servicio público no son suficientes para cobrar un sueldo digno, pero la ignorancia sí te permite juzgar y despreciarlos.
Querida Sol,sentí lo mismo que tu cuando leí el articulo de PReverte que se va difundiendo rápidamente entre los médicos, no se si será así tambien entre los pacientes...Poco mas que añadir a tu alegato
Me encanta del dibujo del destilador de odio !!! Muy ingenioso y explica claramente la realidad
Marta
Estoy a favor de todo lo público...mientras dure. ¡Qué pena que la ignorancia y la incompetencia de tanto político mediocre e ignorante estén llevando a nuestro "Estado del Bienestar" a una muerte anunciada! Nada me gustaría más que equivocarme.
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