Llegó el alta. Hermanísima siempre compara el momento de irse a casa con el de la salida del hospital de las famosas. Por desgracia, aunque no le faltaron visitas, entre ellas no se contó la de su estilista personal por lo que cuando cuñadísimo fue a por el coche, hermanísima le esperaba cansada y ojerosa, no le había dado tiempo a maquillarse antes de tener que ocuparse de su hija, ni tampoco a secarse el pelo tras el rápido lavado. Llevaba un vestido premamá, que se le había quedado demasiado amplio tras el parto. Los puntos le tiraban, el pecho, cargado de leche a cada llanto de sobrinísima, le reventaba y los bultos de las bolsas de pañales, la maleta con sus cosas y las de la chiquilla, la sillita, los aparatosos regalos y algunos ramos de flores la rodeaban mientras ella buscaba el mejor modo de sostener a la niña entre aquella parafernalia. El agobio de su nuevo papel, la tormenta de hormonas que acompaña el cambio del embarazo por el del puerperio, la falta de sueño y el dolor no le ayudaban a despejar su cabeza y organizar sus ideas. Se acordó de las modelos, tan sonrientes, estilizadas y compuestas; justo igual que ella en esos instantes. Se acordó también de todos aquellos que le habían asegurado que no había nada comparable a tener un hijo (aunque, pensándolo bien, decidió que tenían razón).
"Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que cada uno pueda encontrar la suya." El Principito.
domingo, 5 de mayo de 2013
Hermamísima
Llegó el alta. Hermanísima siempre compara el momento de irse a casa con el de la salida del hospital de las famosas. Por desgracia, aunque no le faltaron visitas, entre ellas no se contó la de su estilista personal por lo que cuando cuñadísimo fue a por el coche, hermanísima le esperaba cansada y ojerosa, no le había dado tiempo a maquillarse antes de tener que ocuparse de su hija, ni tampoco a secarse el pelo tras el rápido lavado. Llevaba un vestido premamá, que se le había quedado demasiado amplio tras el parto. Los puntos le tiraban, el pecho, cargado de leche a cada llanto de sobrinísima, le reventaba y los bultos de las bolsas de pañales, la maleta con sus cosas y las de la chiquilla, la sillita, los aparatosos regalos y algunos ramos de flores la rodeaban mientras ella buscaba el mejor modo de sostener a la niña entre aquella parafernalia. El agobio de su nuevo papel, la tormenta de hormonas que acompaña el cambio del embarazo por el del puerperio, la falta de sueño y el dolor no le ayudaban a despejar su cabeza y organizar sus ideas. Se acordó de las modelos, tan sonrientes, estilizadas y compuestas; justo igual que ella en esos instantes. Se acordó también de todos aquellos que le habían asegurado que no había nada comparable a tener un hijo (aunque, pensándolo bien, decidió que tenían razón).
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