Una pareja pasea por la cubierta de un barco. En sus ojos se lee su
romance. Él la enlaza por la cintura y ella sonríe y reclina la cabeza
sobre su brazo. En las manos sostiene un ramo de rosas blancas y su
aroma dulce contrasta con el de la sal del mar que salpica el aire.
Sus
labios se rozan para robarle un beso al tiempo. El viento elige el
instante en el que el reloj se detiene para robar una flor. La rosa
pende inmóvil en el aire, prisionera de la fuerza que la empuja. En un
impulso se agita, se suelta y escapa de aquel agarre. El ladrón la
persigue, resopla y la flor rueda hasta caer por la popa. Se hunde un
instante antes de salir a flote y perderse tras la quilla en un baile de
remolinos. Libre al fin, se columpia sobre las olas como una mancha de
luz blanca sobre el agua.
Al caer la noche el océano se
transforma. En la oscuridad surgen sombras, el mar no sólo son olas. La
flor flota en el centro bajo el foco de la luna. Las estrellas iluminan
la espuma y revelan bajo ella el reflejo de las sirenas. Una figura se
asoma, toma la rosa en sus manos y la acaricia con sus dedos de agua.
Imprime sobre los pétalos un rastro de gotas de plata.
Con la flor
enganchada en sus cabellos la sirena se sumerge. Nada por debajo del
arrecife, más allá de la placa oceánica y cruza la entrada secreta a la
sima en la que se encuentra el palacio. El abismo está apagado, reina el
silencio profundo de un lugar dormido. En la oscuridad la sirena
recorre las grutas vacías y el laberinto que conduce a los aposentos del
mago real. Despierta al mago de su sueño y éste suspira resignado al
contemplarla.
- ¿Qué deseáis princesa? - pregunta somnoliento.
La sirena le muestra la rosa.
- ¿Podríais crear más flores como esta para prenderlas en los jardines del mar? - le ruega.
El
mago estudia la flor. Admira su forma, la textura de seda empolvada de
sus pétalos y la perfección de su engarce. ¿Será o no será capaz de
emularla? Labra capas de nácar con vetas de coral. Su obra es delicada y
hermosa, pero no es una rosa. La esculpe en espuma pero es tan frágil
que las corrientes la barren y la deshacen. Finalmente, lanza un rayo
que enciende la arena y la convierte tan bruscamente en cristal que, en
su interior, se queda atrapado un fragmento de luna. El mago funde los
pétalos uno a uno y los engasta entre sí con la sal que salpican las
estrellas.
La nueva flor brilla como una mancha de luz blanca en
medio del agua. En ese momento, el viento se la arrebata de las manos.
Desengañado, el aire la suelta al instante. No es su rosa, le falta su
aroma.
2 comentarios:
Vuelves a acertar en las narraciones con carácter poético. Te ha quedado un cuento muy sugerente y muy literario, que enlaza con la tradición artística de la rosa como símbolo de belleza y poesía.
Qué bien empezar así la mañana.
Muy bonito. A mí también me ha gustado mucho: es muy visual, poético y nada cursi.
Publicar un comentario