Mi otro yo no tiene edad pero celebra cada momento. Convierte cada instante al que se asoma en una explosión de alegría, en una fiesta de cumpleaños en familia con tarta, deseos y velas, o en una de no cumpleaños de imaginación y sueños. A ratos es una niña que descubre un mundo emocionante por primera vez, y a ratos es una anciana que, gracias a su experiencia, sabe reconocer lo que es único y especial. Se mueve en cualquier sentido sobre la línea del Tiempo. Cuando le apetece regresa para revivir recuerdos y sentir la inolvidable presencia del pasado, o desdobla el presente en otro paralelo, un poco más feliz, o amolda a su gusto el futuro incierto.
Mi otro yo no para quieta. Con tan sólo desearlo, en menos de un parpadeo, se desplaza al lugar que quiere del universo. Se transforma en otro ser, algo diferente y mágico: una bruja, una princesa o una sirena. A veces es sólo una forma, una figura incorpórea que se funde en los abrazos, se disuelve con los besos, es color en la pintura, una curva lisa de una escultura o un paso de baile en una melodía. Mi otro yo se derrite bajo el roce del sol en la tierra. Es una ola en medio del océano, una ráfaga de viento, un velo que flota en la niebla o una gota que se precipita en una cascada de lluvia. Cuando llega la noche y duermo, mi otro yo me arrastra con ella hasta el mundo de los sueños. Yo soy la sombra blanca que pasea por la luna.
1 comentario:
Hermosa reflexión personal. Todos un otro yo que va cambiando en función del momento y de las circunstancias, pero que siempre nos acompaña y nos mantiene en el idealismo y en la ilusión. Magnífica entrada. Saludos, manolo
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